desayunar con fruta: febrero
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En febrero, todo por llegar y nada de que arrepentirse.
Patience Strong
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Febrero.
El camino del sol.
El sol sigue deslizándose sobre la línea del horizonte, cada día un poco más hacia el sur.
En mi casa, que está orientada por completo al este, y tiene justo delante la franja marítima, al final del mes, a las 7 y unos pocos minutos el sol ya clarea y ya no sale por el lado norte de mi horizonte, a la izquierda de la cúpula azul, como en Navidad, sino a la derecha del campanario.
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Antes de las 8, puedes ver un momento de alineamiento entre el sol y la hornacina de la campana, mientras la corola de rayos solares atraviesa los cristales del lucernario de la cúpula, tiñéndolos con un rubor de llama.
Un precioso momento momento extático que me emociona siempre, da igual cuantos días tenga la suerte de poder contemplarlo.
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Para mí, hay meses que son una abundancia de flores, y hay otros meses en los que reina una de ellas. Febrero para mí es el mes de la mimosa, igual que noviembre es el de los nardos, y diciembre el de las nadaletas. Si viviera en un clima más frío seguramente mi reina de febrero sería el narciso. Pero vivo en el dulce Levante, donde reina el estallido de oro de las mimosas.
En esta ciudad que mira al mar, cuando en febrero paseas junto al Mercado, brazadas de mimosa adornan los puestos de flores como cascadas de espuma solar derramándose de los cubos, prendiendo las mañanas con blandos fogonazos de amarillo limón.
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Febrero es un mes generoso: aún es tiempo de bulbosas de frío y hay anémonas, tulipanes, narcisos, ranúnculos y jacintos.
Y freesias, con su perfume a canela helada.
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Es la mejor temporada de los eléboros, flores viriles que hablan un dialecto boscoso, blancas o de color clarete, burdeos y berenjena, con pétalos labrados de filigranas verdes.
En los jardines y rocallas florecen las violetas de olor y sus vistosas hermanas: violas y pensamientos.
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En los campos retamas y aulagas están en flor: las poderosas espinas apenas se distinguen y borlas de un amarillo maduro se ahuecan sobre los campos aún dormidos, voceando la buena nueva de la primavera como una noticia gozosa.
Y es que el color de fiesta de febrero es el amarillo: los pompones amarillo sol de los dientes de león delineando los márgenes de los caminos, las coronas aéreas de la pimienta de hoja con su amarillo cítrico y las retamas de amarillo yema sobre los campos pajizos y quietos.
A menudo se llama a las campanillas de invierno, esa flor mágica que brota entre la nieve, Galanthus nivalis, campanillas de febrero.
Los almendros se convierten en nubes níveas y rosadas, atravesadas por el sol, y en las umbrías cuelgan al viento las últimas campanillas de los brezos en flor.
Tiempo de milagros de árbol: las ramas de los álamos están llenas de amentos que cuelgan de sus ramas como cintas alegres, granadas de polen. Los amentos de sauce, aterciopelados y tersos, destellan al sol como colitas de conejo.
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Late en los campos, aún bajo el influjo del invierno profundo, un magnetismo, una gravidez, que unas antenas bien adiestradas pueden percibir, vibrando con la perfumada premonición de la primavera.
Los trabajos agrícolas nos dan caquis, esas hermosas frutas que brillan en los árboles colgados de sus ramas desnudas como bolas de Navidad, naranjas y mandarinas. Y tenemos kiwis, ahora fruta de toda temporada. Sigue habiendo peras de invierno, manzanas aromáticas, calabaza y membrillos. Y naranjitas chinas, dátiles y plátanos, almendras y avellanas.
- 4 cucharadas de lecho de cereales
- copos de quinoa
- copos de maíz
- Krunchy
- un caqui cortado en rebanadas
- un kiwi dorado cortado en rebanadas
- 3 cucharadas soperas de yogur griego
- 1 cucharada de sirope de ágave
- 1 cucharadita de semillas de chía
- 1 cucharadita de semillas de lino dorado
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Felices madrugones íntimos del mes de febrero.
Hay que disfrutar del silencio y la penumbra que rodea los desayunos de este mes, de las auroras rojas y rosadas y del azul índigo del cielo dormido.
Porque muy pronto el refrescante placer del contraste nos regalará la emoción de marzo: levantarse con el cielo chorreando de luz azul.