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Escrito por el Nov 18, 2017 en desayunos de domingo | 2 comentarios| etiquetas: bajo en azúcar, comida corazón, limones, maría luisa, mermeladas, reverdece, romero

mermelada de limón

Después, la lluvia cansa el suelo; se espesa
el tedio del invierno sobre las casas,
la luz se torna avara, amarga el alma.
Hasta que un día, a través de un portón mal cerrado,
entre los árboles de un patio
se nos aparece el amarillo de los limones,
y se deshiela el corazón
y retumban en nuestro pecho
sus canciones
las trompas de oro del esplendor solar.

Eugenio Montale, Los limones

El limonero del patio de mi padre está lleno de fruto, y de la última visita he vuelto con una bolsa de limones de un tamaño espectacular que huelen a gloria.

Son, como les dicen en Málaga, limones cascarúos, limones dulces (citrus limettoides) de la variedad Real, hoy en regresión.

Tienen una corteza muy gruesa y poca pulpa, con poco peso para su tamaño.

Más dulces que los de las variedades ricas en jugo y carne, poseen un perfume penetrante y delicadísimo, y son maravillosos para confitar y para cocinar con ellos. El limonero es un árbol extravagante y muy trabajador: a diferencia de los naranjos, tiene una floración casi continua, porque junto al pomelo, es la especie de cítrico más tropical.

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Eso hace que muy a menudo coincidan en los árboles el azahar y los frutos maduros, o pequeños limones verdes con grandes frutos de un amarillo colmado. Las cosechas se repiten en el año agrícola con generosidad, y no lo echamos de menos nunca, como nos pasa cuando acaba la temporada de la naranja dulce, o mucho más la de las naranjas amargas, tan obstinadamente corta.

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Aún así, hay que aprovechar los regalos del prolífico árbol de mi padre: es el momento perfecto para preparar mermeladas, como ésta de hoy, y también lemon curd, y tarta de limón!

A mí los limones y las naranjas me han fascinado desde pequeña.

Tengo un recuerdo en “alta fidelidad” de mí misma coloreando arbolitos verdes y redondos llenos de limones y naranjas con una sensación de felicidad que me resulta difícil explicar. Aunque es verdad que en casa teníamos desde pequeños aquella merienda de naranjas, plátano y galleta, y las naranjas partidas en rodajas y rociadas de azúcar.

Y a menudo me pregunto a mí misma lo que sentiría el primer hombre que viera un naranjo cuajado de naranjas, el deslumbramiento ante esa criatura extraordinaria que parece estar iluminada con pequeños soles. Nunca me ha extrañado que la sorpresa fuera tal que mereciera una leyenda

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Ahora siempre me hacen pensar en algunas escenas de los pintores clasicistas victorianos, en lugares fantásticos que se asoman a un mar azul lapislázuli bajo un palimpsesto de luz de un blanco ultravioleta.

El mar Jónico, la Toscana… y también los umbríos patios sevillanos aliñados con rumor de pozo…

Lugares que son una categoría de la imaginación, lugares amables a los que escapar, que huelen a isla, a laurel, a adelfas, a especias y a un abandono sensual, lugares donde los sentidos viven hechizados en un tiempo suspendido.

 

  • 1 kg de limones pesados ya pelados
  • la cáscara de 3 limones, sólo la corteza amarilla
  • 1 lima pelada al vivo y su cáscara pelada fina
  • 500 gr de azúcar
  • 3 gr de pectina (cítrica o de manzana, idealmente líquida)
  • si los limones no son dulces, 1 cucharada colmada de estevia (o más, pero con mucho ojo)
  • 1 rama de romero fresco (si se quiere)
  • 6 hojas de hierba luisa fresca (maría luisa) (si se quiere)

 

En esta entrada te explico todo el procedimiento básico para hacer cualquiera de las mermeladas que a mí me gustan. Pégale un vistazo antes de empezar para ojear todo el proceso.

Y empezamos: cortar en juliana fina las cortezas de limones y lima y cocerlas 10 minutos en agua en un cacito, o blaquearlas 3-4 veces, cambiando el agua cada vez, si se quiere ir eliminando el amargor.

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Cortar los limones ya pelados en rebanaditas finas retirando con cuidado las pepitas. Colocar el azúcar sobre ellos, añadir la corteza blanqueada y mover bien. Disolver el azúcar a fuego bajo.

Sumergir con tiento la ramita de romero partida en dos y las hojitas de María Luisa. A partir de ahora no remover, para que poder retirar luego las ramas de romero casi enteras (siempre perderán algunas hojitas). Las hojitas de María Luisa las dejamos dentro, quedan bonitas en los botes junto a los trocitos de corteza amarilla.

Cuando el azúcar ya esté bien disuelto, poner a fuego vivo hasta que hierva, y después mantener a fuego alegre 10-15 minutos.

Añadir la pectina, si es en polvo, muy despacio y en un velo porque si no se os formarán grumos muy difíciles de deshacer; disolver y cocer 5 minutos más. Apagar el fuego.

 

Probarla. Si es necesario, añadir la estevia muy poco a poco, probando cada vez, para no pasarnos de dulzor, porque la capacidad endulzante de la estevia es diez veces la del azúcar y hay que andarse con ojo para no estropear el resultado.  Dejar que se asiente durante 15 minutos.

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A los quince minutos, llenamos los botes hasta arriba, para que el espacio libre entre la superficie de la mermelada y la tapa, que será el ocupado por el oxígeno al envasar, sea el menor posible.

Tradicionalmente la superficie se cubría con una tapita de papel sulfurizado o encerado cortado a medida y untado con alcohol. De hecho ahora las venden en las tiendas especializadas para utensilios relacionados con las mermeladas. Sobre ella se colocaba la tapa, que debe cerrar bien y debe estar intacta, sin golpes ni pelados ni marcas de óxido. Damos la vuelta a los botes para que mientras se enfría la mermelada se genere vacío.

La teoría dice que la mermelada protegida así nos durará al menos seis meses, y una vez abierta la debemos consumir en tres semanas.

.Pero la duración definitiva está influenciada por la cantidad de azúcar que hemos utilizado, que actúa como conservante. Y como ésta no lleva mucha azúcar, yo además he pasteurizado los botes, para asegurarles una vida más larga.

 

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Para hacerlo, disponemos un paño en el fondo de una olla alta (para que los botes no se rompan al chocar con el fondo con el burbujeo de la cocción), colocamos los botes encima boca arriba y llenamos con agua hasta que cubra los botes un par de dedos.

Ponemos la olla a calentar y una vez el agua hierva, mantenemos el hervor 20 minutos. Después retiramos la olla del fuego y dejamos los botes dentro hasta que estén tibios. Después los secamos y los guardamos en un lugar fresco y oscuro.

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Aunque parezca mentira, pasa el tiempo, y nueve meses después abres el último bote que te queda. Vacío perfecto, y una textura y perfume arrebatadores. Una delicia. Otro milagro que hemos aprendido. ¡Y ya estoy pensando en la de naranja amarga que voy a hacer en Navidad!

Total, que así nos durarán más de un año. Si es que duran, claro. 😉

 

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2 Comentarios

  1. vaya pintaaaaa

    • Ves, este verano la noche que viniste tenía preparado un botecito para ti. No de ésta, de la de melocotones de Calanda. Es tan de verano que hace pensar en Beni. Y aquí se quedó primo. :) :) -señal de que has de volver prooontoooo-. BESOS!!

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