crema de guisantes
Es tiempo de guisantes. Como dicen los franceses, de guisantes “primeurs”. Los primeros de la temporada. Nacen de una planta preciosa y delicada, que se ensortija en las cañas sobre las que crece y las llena de pequeños tirabuzones verdes. Las flores tienen esa forma que llamamos “conejitos”, de diferentes colores, y también existe una variedad con flores exquisitamente perfumadas (guisante de olor). Yo acabo de plantar de ésa en mi jardín-huerto-terraza! (aquí abajo, una foto de mis plantitas creciendo).
Igual que veíamos con las almendras, ahora se puede apreciar la forma en que las pequeñas flores se convierten en fruto: cómo nacen del corazón de las flores las pequeñas vainas y van creciendo hasta alcanzar la madurez de recolección.
Yo he ido al mercado a comprar guisantes frescos. Tener en las manos guisantes frescos es toda una experiencia. Cuando los abres, las manos se te quedan impregnadas de un penetrante aroma verde. Sacarlos de sus mullidas vainas hace pensar en retoños durmiendo en cunitas perfectas. Y comerse un guisante crudo es como morder hierba dulce y crujiente. Si podéis, hacerlo. Vale la pena.
Además, he ido a comprar unos trocitos de queso que probé hace poco en una quesería artesanal de Almedíjar (Castellón). La quesería se llama Los Corrales, y la llevan chicos jóvenes que han vuelto a los métodos tradicionales de elaboración de los quesos, con cuajo natural de cardo, incluyendo los de leche cruda de cabra. Son unos quesos extraordinarios. Para esta cenita he elegido el queso Extramuros, uno de los fuertes, de leche cruda de oveja y madurado 100 días.
Y es que hoy vamos a preparar una cena ligera de sofá de ésas para llevarse en una bandejita, hacerse un ovillico y ponerse a ver una buena peli. Y además de reconfortante, es absolutamente purificante, una de las faenas que conviene facilitarle a nuestro cuerpo en primavera, después de los cocidos invernales. La cosa consiste en:
crema de guisantes
- un kilo de guisantes frescos o congelados
- media copa de martini blanco
- medio vaso de leche
- 6 hojas de hierbabuena fresca
- una cebolla, mejor si es dulce
- sal y pimienta
Sofreir la cebolla en unas cucharadas de aceite de oliva (que cubra la sartén o la cacerola con una capa de unos 2 mm). Cuando esté transparente, añadir los guisantes y sofreirlos unos minutos. Los guisantes congelados los habremos descongelado antes, y los frescos los pondremos tal cual, sin blanquearlos antes.
Cubrirlos de agua, y cuando el agua hierva, dejar cocer a fuego suave, unos 15 m si son congelados, y unos 20-25 si son frescos. La dificultad de cocer guisantes frescos es que normalmente hay mucha diferencia de tamaños: son guisantes “de la vida real”, no todos iguales y perfectos, sino cada uno de su padre y de su madre, de modo que el tiempo final de cocción dependerá de los más gorditos, que son los que hay que probar para comprobar el punto de cocción.
Cuando estén blanditos, se pasan por la batidora. Conviene que la crema no quede muy espesa, de modo que la ajustamos a nuestro gusto, añadiendo primero la leche, y si nos parece que aún queda espesa, un poco más de agua (muy poco a poco y comprobando cada vez). La pasamos después por un chino. La volvemos a la cacerola, añadimos el martini, salamos, colocamos las hojas de hierbabuena, llevamos a ebullición y cocemos 5 minutos más. Le damos de nuevo una pasada con la batidora de brazo (aquello que llamábamos túrmix cuando danones sólo había de danone). Si no queremos trocear la hierbabuena, pues sin batidora final. En ese caso el sabor que trasladan a la crema es más liviano. Comprobamos el punto, ajustamos, y listo! Y luego un hilillo de aceite de oliva de esos que quedan tan bonitooos…
vinagreta de lavanda
- 70 ml de aceite de oliva
- 10 ml de vinagre de jerez o de manzana
- 1 cucharadita de café de miel
- 1 ramita de tomillo, deshojada
- 5 flores de lavanda fresca (que recolectamos del campo, la mediana de la autopista, plantita de los chinos a 1,80, la maceta de una amiga/o generosa/o, etc etc)
- sal y pimienta al gusto
Si nos acordamos, ponemos a macerar unas horas antes las flores y las hojas de tomillo con el aceite.
Después lo mezclamos todo y batimos con la batidora de brazo, manteniéndola en el fondo y utilizando un cacharrito pequeño donde la batidora quepa justo, para que sea más fácil que recoja todo el aceite. Enseguida empecerá a emulsionar y formará una crema clara, como cuando la mayonesa empieza a cuajar. Y cómo huele… Rociamos el queso con la vinagreta…