tarta de peras de invierno
· tarta de peras de invierno ·
· para seis raciones · temperatura del horno: 160º · dificultad: asequible· estado de ánimo: dorado ·
tarta de peras de invierno
- 90 gr de mantequilla blanda (temperatura ambiente)
- 90 gr de azúcar glass
- 2 huevos
- 120 gr de harina de almendra
- 40 gr de harina (la mía de espelta integral)
- la corteza rallada de un limón
- media cucharadita de levadura en polvo (polvo de hornear)
- 1, 2 o 3 peras de invierno, según el molde (las mías Conferencia y Beurrè Bosc)
- un molde redondo o cuadrado de unos 23 cm, o uno rectangular más largo y estrecho (15×30)
Las peras de invierno son criaturas extraordinarias. Se cosechan al final del verano aún verdes, y siguen madurando a cubierto en condiciones protegidas. Empiezan a consumirse, ya doradas, cuando arrecia el frío y ya no queda fruta de verano, y duran hasta que otras frutas regresan al calendario hortícola al principio de la primavera, proporcionando así un lazo azucarado y aromático entre el invierno y el regreso del sol.
Son dulces y están cargadas de un sabor complejo y profundo.
Amaderadas, saben a vapor de licor caliente, a especias, a savia rubia; huelen a almizcle, a moscatel. Moteadas de lenticelas, unas son frescas, granulosas y crujientes, y otras blandas, acuosas y acarameladas.
Peras Roma, Alejandrinas, Serranas, Beurrè Bosc, Conferencia, Flor de invierno, Pasacrana.
Fiesta de colores otoñales, van del amarillo de los limones al amarillo del membrillo, del verde lima claro hasta el siena y el dorado tostado y algunas maduran con rubor en todas las gamas pálidas del naranja y el carmín.
Son un regalo de sabor que alegra el tiempo frío de la forma más ligera y saludable posible.
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Para hacer esta tarta, batir la mantequilla con el azúcar hasta que la mezcla se airee un poco y se ponga un poco espumosa y pálida.
Añadir los dos huevos, las dos harinas, la levadura y la ralladura de limón y seguir batiendo hasta que todo quede cremoso y bien integrado.
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Extender la mezcla sobre un molde engrasado y enharinado, o protegido con papel de horno.
Alisarla sin preocuparse mucho con una espátula.
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Cortar las peras sin pelarlas en varias rebanadas, sin llegar a separarlas del peciolo, para poder desplegarlas como un abanico.
Las peras sin pelar quedan más bonitas en la tarta, pero si queréis que os queden muy blanditas por alguna razón, o la piel de las peras que elegís es dura, entonces pelarlas antes de partirlas. También se podrían partir después de haberlas macerado en vino, en licor o en sirope, para darles un color llamativo, como hacíamos en esta otra receta de tarta Bordalue.
Con cuidado, abrir un poco el abanico, coger las rebanadas centrales y cortar el circulito donde se aloja la semilla.
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Como mi molde era pequeño, yo en vez de colocarlas enteras formando un sólo abanico las he partido por la mitad, y he desplegado cada mitad, utilizando sólo una pera.
Si utilizáis un molde rectangular o uno más grande os cabrán más peras.
Colocar las peras desplegadas y hundirlas en la masa.
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Espolvorear con los pistachos picados groseramente, para que luzcan sus bonitos reflejos verdes.
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Cocer 35 minutos en horno ya precalentado a 160º.
Dejar enfriar sobre una rejilla.
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¿No es bonita? Con el color castaño de las avellanas, espolvoreada de copos verdes y rubios, como los terrones sobre campos dormidos en invierno, cubiertos de los restos pajizos de la siega. Al calor del horno las peras concentran su dulzura y toman una textura escarchada. Es una tarta de tarde de frío, absolutamente reconfortante, cálida, envolvente. Deliciosa y con luz interior.
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Y servida tibia con un poco de buen helado -de crema de leche, avellanas, leche merengada, mantecado-, pues ya palabras mayores.
Feliz semana a todos.
Fuentes:
Hola Fernanda,
(…)
Ya me he apuntau la receta, pero para hacerla con unas peritas que conservé en almibar el pasado verano. Peral familiar, ya sabes.
… y el mundo es un lugar complicado, difícil, agresivo… Tenemos la enorme suerte de estar donde estamos y en este tiempo. Si miramos un mapa y trazamos un círculo vemos a unos miles de kilómetros lo complicado es llegar apenas a sobrevivir.
Lo normal, en esos lugares, es el miedo. Se aprende a convivir con el miedo. Si bien también el miedo nos mantuvo, y nos mantiene, vivos. Si no tememos al león y lo consideramos un amable gato grandote muy mal se nos tiene que dar para que no seamos su merienda.
Y aun así, entre el miedo, siempre queda un atisbo de luz; de amor.
Besos.
Es verdad, tenemos mucha suerte. Y ojalá nos dure para siempre, y la suerte de los que ahora no la tienen regrese.
En realidad, al nivel íntimo del que hablamos, en nuestras vidas de privilegio, donde la seguridad física es importante, pese a todo lo que oímos en los telediarios, en tu vida cotidiana y en la mía, en la de nuestros amigos, no hay, afortunadamente, esa clase de enemigos de los que hablas… El miedo no desempeña en nuestras vidas, afortunadamente, un papel protector fundamental. No es estratégico. Y sin embargo también puede predominar como postura vital. Por ahí van las preguntas… Feliz domingo!! Aquí hace un sol espectacular!
Besos!