mi mundo es otro
· mi mundo es otro ·
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Este otoño, dentro de un festival urbano que se hace en mi ciudad, uno de los artistas participaba con una acción que consistía en que en 50 balcones de personas que él conocía y compartían sus valores se colgaba un cartel donde se podía leer: Mi mundo es otro.
Vi el primer cartel desde la ventana de la biblioteca, colgado justo en la ventana de enfrente, una mañana muy temprano, en esa hora deliciosa en que las ideas aún no han traspasado definitivamente la línea de la aurora y siguen bullendo dentro de la cabeza sin orden, fluidas como agua en movimiento, efervescentes, silvestres y atrevidas.
Me produjo una impresión que yo llamaría “dorada”. Me deslumbró y me divirtió, aunque de entrada pensé que debía tratarse de algún mensaje de una iglesia impetuosa (si bien la referencia visual a Milton Glaser me confundía un poco).
Cuando dos calles más allá me encontré con el segundo cartel tuve ganas de investigar qué había ahí detrás, y aunque me costó un poquito, hoy internet es como tener a mano la caja donde se guardan todos los secretos.
Paul Coronado, el creador de la acción, decía sobre ella que perseguía concienciar sobre «cómo actualmente, nos movemos en una esfera personal y acotada -nuestros refugios, nuestra familia, nuestros amigos- mientras el mundo está hecho un desastre y escapa a nuestra comprensión». Yo sin embargo la estaba leyendo de otro modo.
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Seguí andando por mi barrio, buscando los otros carteles. Cada vez que encontraba uno nuevo, me producía una sensación de compañía, de cercanía.
A lo largo de la vida uno va sintiéndose pertenecer a algunas tribus. En muchos casos formadas por personas a las que uno no conoce personalmente, pero que no por eso dejan de ejercer una poderosísima influencia sobre la propia vida.
El año se acaba. Empieza un año nuevo.
Para mí no ha sido un año fácil ni un año “bueno”. Ha sido un año agotador, lleno de dificultades. Un año de trabajos a la antigua, como aquello de los trabajos de Hércules. Pruebas que ir superando, una tras otra, trabajos que completar para ir saltando a la siguiente piedra.
Sin embargo, ha sido un año importante.
Como decía en mi cita anterior, este año he aprendido más sobre mi misma que quizá en ningún otro año de mi vida. He trabajado conmigo misma y por mí misma con un compromiso, una disciplina y una dedicación que reconozco como extraordinarios.
Y en ese proceso de crecimiento me ha pasado lo que leí aquella mañana en el cartel: de repente me he dado cuenta de que me he ido introduciendo, como Alicia cuando se deslizó dentro de la madriguera del Conejo Blanco, en un mundo distinto.
Un mundo que ya estaba ahí, palpitante, que yo solamente he descubierto.
Y como también decía en mi anterior cita, es curioso -¿lo es? en realidad yo creo que no :)- pero es un mundo habitado fundamentalmente por mujeres. De todas las edades y con toda clase de historias detrás, aunque hay una clara mayoría de mujeres en la treintena con hijos pequeños reinventando una vida que les permita trabajar y disfrutar de la maternidad. Y eso tampoco es casual.
Por encima de sus diferencias personales, forman una tribu. Las distingue su deseo de tener una vida mejor, más feliz, menos cortada con un patrón convencional, más consciente, más creativa y más gobernada por ellas mismas.
Mientras estudiaba con o leía a esas mujeres a través de las cuales he entrado en ese mundo, me daba cuenta de cómo me conducían de nuevo a mis pasiones de juventud, a las cosas en que creía entonces, las cosas en las que yo quería sumergirme, las que quería que dieran materia y forma a mi vida para siempre: el Arts and Crafts de William Morris, la filosofía slow de la ceremonia del té o Cha-no-yu, el diseño escandinavo de los años 60 y 70, el cambio personal iluminando las zonas oscuras del sí mismo como proponían Jung y Maslow.
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Conforme se sumaban personas a mi lista de mentores y descubrí a más miembros de esa tribu sin nombre y polimorfa, me daba cuenta de que había una pequeña revolución en marcha, semejante en espíritu a la contracultura que expandió el movimiento del Back to the Land enlazado con el movimiento Hippie en América. Era de Acuario, un cambio de paradigma.
Pues en este movimiento lento y a pequeña escala yo percibo otro cambio de paradigma.
Por todas partes en España hay mujeres emprendiendo negocios pequeños y llenos de sentido que proponen un nuevo concepto del trabajo, donde lo que das aporta un significado profundo y dosis de felicidad genuina a tu vida cotidiana. Panaderías, jugueterías, floristerías, diseñadoras, consultoras, asesoras de bienestar, nutrición y desarrollo personal, editoras, maestras, doulas, ilustradoras, artesanas.
Lo que las ha llevado a hacer cambios en su vida, a veces radicales, es y sin embargo no es muy distinto de aquello que decía Alice Bay Laurel en Viviendo en la Tierra: «…aquellos que prefieren talar madera que trabajar detrás de una mesa de despacho para poder pagar las facturas».
Son un montón de mujeres que quieren conocerse mejor, que se plantean la vida como algo que pueden y quieren diseñar, que valoran la belleza de los objetos de la vida cotidiana, la contemplación, la meditación, la consciencia, la artesanía, la vida lenta, la cocina saludable, la red de solidaridad entre mujeres en vez de la pelea de ratas, la familia y la crianza como retos de encuentro y crecimiento.
Mujeres que quieren hacerlo casi todo de otra forma. Una forma más humana. Y que las haga más dichosas.
Los valores que recuperan resurgen como un jardín pequeño en medio de la maleza. Maleza tóxica: el creciente vacío de sentido que está en el corazón del sistema económico actual, cada vez más alienante, y los valores caníbales de la sociedad del espectáculo.
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Ésta es una economía pequeña que recupera las dimensiones antiguas del trato personal: las dimensiones humanas, las del individuo y su relación con otros, las de la existencia digna frente a la especulación y las grandes fortunas.
En estos últimos cinco años, esta revolución a la que yo llegué de la mano de Kinfolk, Kireei y las escuelas en las que aprender a hacer pan en casa desde internet, ha seguido extendiéndose y consolidándose, y al menos bajo mi percepción, ahora es un movimiento emergente que devuelve muchas esperanzas.
Esperanza en lo personal, en lo individual, en las pequeñas comunidades, en lo diferente, en la vida basada en valores sólidos y constructivos, en la recuperación de una ética nueva.
En volver a una vida mejor. Y digo volver porque en parte implica recuperar valores del pasado.
Pero como no hay regreso al pasado, en realidad no es volver, sino reinventar.
Hacer una alquimia nueva fundiendo gemas antiguas con una visión moderna del mundo que ya no puede abandonarse.
Porque no se trata de salir del mundo, sino de rediseñar una manera más amable y humana de seguir estando en él.
Es posible que parte de ese movimiento se convierta en una burbuja -de hecho este año yo ya percibo cierta sobreabundancia- pero mantengo la confianza en que otra parte se estabilice y traiga el advenimiento de una generación distinta y luminosa, que ha dejado atrás el estar de vuelta de todo, la sensación de que no hay horizonte, la ausencia de confianza e ilusión, el desprestigio de la disciplina y el esfuerzo, el saldo del valor de la palabra, la alienación, el cinismo, la inanidad moral, la anemia emocional, la falta de empuje creativo… en una palabra, el hastío vital del que venimos.
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Sentirme parte de ese movimiento subterráneo -que ya no lo es tanto- me ha dado mucha felicidad.
Mucha energía.
Oír la voz de esas mujeres.
Comprobar de nuevo cómo las mujeres son capaces de mejorar su entorno.
Siempre lo han sido. Como decía el Dalai Lama, el cambio vendrá de la mano de las mujeres, porque nosotras ya estamos preparadas.
Crear hogar siempre ha sido cosa de mujeres.
Es verdad que destruirlo también ha sido, a menudo, cosa de mujeres (mujeres que odian a las mujeres?) pero éstas son distintas.
Las leo y me convenzo de que llegaré adonde yo quiera. De que todas tenemos un talento que aportar, que vivir no es conformarse ni arrastrarse en la tierra un día detrás de otro, sino esforzarse, entusiasmarse por crecer, acumular ilusiones y pelear por ellas y brillar como una larga tira de fuegos artificiales.
Como a Jack Kerouac, ésas son las personas que me gustan de verdad.
Ellas me van mostrando mi camino de baldosas amarillas.
Si algo he conseguido sin duda este año es saber que, pese a todas las dificultades inevitables de la vida, hay un mágico campo de chispas ahí delante, y hacia ahí es donde quiero ir.
Porque estar vivo es una aventura extraordinaria.
Me emociona saber que hay tantas cosas que aprender, que dar, que experimentar.
Ver rutina ahí delante, ver decepción y cansancio anticipado, o ver el campo de chispas centelleando, excitante como una promesa, hace toda la diferencia.
¿Quién se viene hacia el campo de chispas?
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¡¡MUY FELIZ AÑO NUEVO!!
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“Las únicas personas que me gustan son las que están locas: locas por vivir, locas por hablar, locas por ser salvadas; deseosas de todo al mismo tiempo, aquellas que nunca bostezan o dicen trivialidades, sino que arden, arden, arden cual fabulosos fuegos de artificio.” Jack Kerouac.
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Y mientras todo esto se cocinaba a fuego lento, esto otro es lo que hemos comido esta semana: pan de molde semi-integral, o tu primer pan de desayuno.