tinturas de luz
Estos días hemos leído en la prensa una sorprendente carta de Oliver Sacks anunciando que sufre un cáncer que no puede curarse.
Tiene 81 años a sus espaldas: una vida larga, rica, llena de experiencia, de emociones y de reflexión valiosa.
Pero nadie quiere morirse.
Ni cuando has tenido una vida buena y plena, ni cuando tienes la sensación de que aún no has vivido lo que tenías que vivir.
Por eso precisamente me ha impactado y emocionado tanto esa carta.
La leí el viernes y he pasado el fin de semana moviéndome en círculos, como sonámbula, alrededor de sus palabras. En los ratos de tranquilidad, ésos que sólo suceden en sábados y domingos, cuando puedo sentarme en un escalón al sol y dejar que la cabeza vague sola, me descubría hilando una y otra vez con esos hilos, con el bordado de esa carta.
A veces, cuando por tus circunstancias personales estás bajo el influjo de personas que están en las antípodas de lo que deja translucir esa carta, te olvidas de que el mundo también está lleno de personas como él.
Espíritus altos, libres, valientes y agradecidos. Hombres y mujeres que han vivido su vida conscientes del lugar que ocupaban en el universo, que se han bebido la vida como si fuera un cóctel que un buen barman hubiera mezclado para ellos. Un cóctel fuerte y a la vez maravillosamente delicado, lleno de posibilidades de disfrute.
La tonalidad de las personas que tenemos cerca nos contagia, queramos o no. Después, a veces, podemos liberarnos de ese tinte que segregan a nuestro lado a base de cepillo de cerdas, pero no podemos evitar que se produzca esa especie de teñido accidental, como cuando mezclas ropa de colores fuertes en la lavadora.
Lo que cada uno es, emana radiaciones que alcanzan a cuantos están cerca. Igual que pasa con la luz, el hecho de que no podamos verla no significa que su poder de influir sobre nuestros cuerpos y nuestras percepciones no sea real.
No nos alimentamos sólo de comida. Todas nuestras experiencias, todos nuestros encuentros nos nutren y nos modifican.
Quizá porque en nuestra vida cotidiana no permitimos que la imaginación nos gobierne, nos cuesta imaginar cómo sería nuestro mundo si en lugar de todas esas personas mezquinas, soberbias, narcisistas, malintencionadas, deshonestas, que todos conocemos, y con las que a veces nos vemos obligados a tratar horas cada día, tratáramos con hombres como éste.
Hasta qué punto la calidad de nuestros días se teñiría de un tono más brillante.
Hasta qué punto el mundo nos parecería un lugar mejor.
Nuestra concepción emocional del mundo, ésa que dirige de forma inconsciente nuestro estado de ánimo cotidiano, es un resultado directo de esa clase de influencias. Nuestro mundo, el mundo tal como nosotros lo vemos, es una prolongación de nuestras experiencias con la gente.
Sin ganas de abandonar el mundo pero sin dramatizar, Oliver Sacks nos dice: “el sentimiento que predomina en mí es la gratitud. He amado y he sido amado; he recibido mucho y he dado algo a cambio; he leído, y viajado, y pensado, y escrito. He tenido relación con el mundo, la especial relación de los escritores y los lectores.
Y, sobre todo, he sido un ser sensible, un animal pensante en este hermoso planeta, y eso, por sí solo, ha sido un enorme privilegio y una aventura.”
Debe ser maravilloso llegar a los 80 y sentir eso.
A mí estos días, después de leer su carta, el mundo me ha parecido un lugar mucho más luminoso.
Y he recordado con mucha intensidad que debo mantener una ajustada distancia profiláctica con alguna gente, y por el contrario, mirar mucho más de cerca a alguna otra.
Así como pensar en mí misma como una fuente de influencia sobre el día a día de otros, algo que a menudo olvidamos, como tantas otras cosas que dejamos de percibir con claridad en nuestra vida veloz y llena de automatismos.
Sacks también dice: “Tengo la sensación de que el futuro está en buenas manos”. No puedo dejar de pensar que eso lo dice porque conoce a personas capaces de inspirar tal sentimiento de confianza.
Esas personas están por todos lados, pero hay que salir de las charcas cenagosas donde a menudo nos retienen circunstancias que no son de nuestra elección para cambiar de paisaje y encontrarlas.
Hay personas extraordinarias que son capaces de dotar de sentido cada época de su vida y después la vida entera como acontecimiento, como prodigio, como una historia llena de renovada hermosura.
Y después son capaces de contar su alegría de estar vivos de un modo tan contagioso que te hacen sentir que ésa era la respuesta, que vivir es eso, eso que él sabe hacer y ahora te está explicando a ti.
Aunque no es año nuevo (bueno, para los chinos sí!), yo voy a hacer un propósito de Año Nuevo. Justo antes de que comience la primavera, mi época preferida del año.
Buscar a esas personas.
Buscar a esas mujeres y hombres que encarnan el sueño de ser humano en esta tierra hermosa, como dice Sacks, en este planeta que también es un sueño, un pequeño milagro girando alrededor de una esfera ardiente en un rincón de un universo inimaginable.
El sábado por la mañana volvía del mercado hacia mi casa cargada con una brazada de mimosa para fotografiar.
Al pasar junto a la cuchillería un anciano que conozco de mi barrio me saluda con un “caray, qué bonita mimosa!”.
Se pone a mi altura con un par de pasos, vestido con su impecable abrigo verde, me coge del brazo y comienza a andar mientras habla conmigo, hasta que llegamos a la plaza. Pedro anda a mi paso sin esfuerzo. Me cuenta que está transformando su campo de naranjos en un jardín, y que planta los árboles ya crecidos, porque él ya es mayor, y no tendrá tiempo de verlos crecer: quiere verlos hermosos ahora, ver crecer el jardín le llena de una gran ilusión.
Que hoy no ha podido ir porque se le ha estropeado el coche pero que el lunes va a comprarse otro.
Desde Bolsería hasta mi plaza no habrá ni 500 metros, pero antes de llegar, entre palabra y palabra, Pedro ha saludado a dos docenas de personas, a todas por su nombre. A todas les pregunta cómo están; sabe lo que le está pasando a cada una de ellas.
Cuando llegamos a la plaza se queda parado y me dice, mira, te voy a dar un consejo que te hará muy feliz si lo sigues. Don Santiago Ramón y Cajal decía que hay tres cosas importantes para la felicidad: el ejercicio del cuerpo, el ejercicio de la inteligencia, y la conversación con otros. Y luego me las explica con detalle. Cuando llega a lo de la conversación, le bromeo sobre toda esa gente a la que ha saludado en el camino. Y él me contesta: claro, yo vivo solo, no tengo a nadie ya, mi familia es este barrio.
Tiene 85 años. No le has oído una sola palabra penosa, de queja. No hay sentimientos de tristeza o pérdida, de nostalgia. Es un hombre que te mira. Que te habla. Es un hombre que se siente emocionado de estar vivo.
Dice Sacks que espera tener la libertad de seguir llenando el tiempo que le queda con trabajo y amor, “las dos cosas, tal como decía Freud, más importantes de la vida”.
Quizá yo añadiría a esas dos cosas la contemplación.
Amor, trabajo, contemplación.
Pero el trío de Pedro también me vale. Al fin y al cabo, qué es el amor sino una larga y afectuosa conversación con el mundo…
El encuentro casual con Pedro me convence de que es verdad que estas personas están por todas partes. Sólo hay que tener los ojos abiertos para encontrarlas en medio de la calle.
O en un libro.
Porque como Sacks explica muy bien, con el tiempo olvidamos de dónde provienen nuestros recuerdos, y sólo conservamos la intensidad de la experiencia*. Llega un momento en el que ya no importa si aquello lo vivimos personalmente, nos lo contó un amigo o se lo leímos a un escritor admirado: cualquier cosa que nos impacta de verdad pasa a formar parte de nosotros como si fuera un recuerdo vívido de nuestra historia personal.
Eso me sosiega. No he tenido la suerte de conocer personalmente a Sacks, pero puedo leerlo.
Y en ese acto de vulnerabilidad que es abrir un libro para colocarse al alcance de su historia, su efervescente humanidad iluminará el tono de mis días.
¿No es casi un milagro?
Sí que lo es.
Cuanto más mayor me hago, más me gusta ser bibliotecaria, y más cerca me siento de todos mis grandes-amigos-a-distancia (que cada vez son más), esos cuya voz ha quedado guardada para siempre, a salvo del deterioro del tiempo y llena de resonancias, en la caliente intimidad de un libro.
Ese escalofrío que te recorre la espalda cuando lees algo que enciende una bombilla sobre el mundo, o sobre tu corazón.
Esa aventura de entrar en otro ser. La más excitante de todas.
*esa teoría se llama «indiferencia de la fuente».
Oliver Sacks. Al cumplir los 80.
Oliver Sacks. De mi propia vida.