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Escrito por el Ene 9, 2020 en liturgia de las horas | 1 comentario| etiquetas: aprendizajes infantiles, construir la propia vida, independencia, libertad, lo más importante de la vida, madurez, magia blanca, maternaje, propósito, renacimiento

el cuento de los espíritus

Evitar la desesperanza —es decir, construir esperanza— se convierte así en el proyecto principal de nuestra mente. Todo significado, todo aquello que entendemos sobre nosotros mismos y sobre el mundo, se construye con el propósito de mantener la esperanza.

Mark Manson. Todo está j*dido

 

Ya he contado alguna vez que me encanta ver cada Navidad la versión de Disney de Cuento de Navidad de Dickens (y Love Actually, supongo que para gran alborozo, jarana y choteo de la concurrencia general. ; )

Este año empecé calentando motores antes. Cada día de la semana anterior a la Navidad lo comencé poniendo en el iPad a las 7 de la mañana todos esos dibujitos antiguos: El árbol de Navidad de Mickey, El taller de Santa Claus, La noche antes de Navidad… todas esas delicias que ya son encantadoramente vintage. Una de las cosas buenas que tiene el YouTube.

Necesito dedicar esfuerzo extra para contrarrestar el espíritu antinavideño y firmemente partidario del Grinch que tiende a rodearme por todos lados. ; )

Y este año aún le añadí después la miniserie Cuento de Navidad que ha recreado Steven Knight para Netflix.

Que por cierto me ha gustado mucho. Es todo lo oscura que debe ser.

La historia de los tres espíritus me parece tan perfecta y fascinante…

Tres espíritus para mostrarte qué importa y qué no importa, tres espíritus y tres viajes para comprender cómo debería ser una vida con algún sentido.

Este año era tan fácil deslizar el territorio del cuento hacia mi propia vida…

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Un primer espíritu que te lleva a sobrevolar tu pasado.

El espíritu es dorado y traslúcido, y se desvanece por momentos. Tiene unos grandes ojos apenados, como si hubiera visto toda la tristeza del mundo.

El espíritu me lleva de la mano para volar sobre mis últimos años, como Peter Pan y los niños sobrevolaban la noche hacia Nunca Jamás.

Veo la escalada de violencia de los últimos quince años de la enfermedad mental de mi madre.

Verla desde encima, sobrevolarla en la distancia, la hace parecer mucho peor.

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Todo es mucho más obvio y más devastador.

Paso de nuevo por encima de ese dolor, de ese cansancio infinito.

Me veo a mi misma y mis torpes, equivocados, inútiles intentos de detener toda esa locura, de apaciguarla, de ayudarla a volver hacia el lugar de la luz, la aceptación y la tranquilidad. Me hace llorar ver todo eso, mi propia ingenuidad, mi incapacidad de soltarme y aceptar lo que iba a suceder sin resistencia, sin participar tironeando. Mi angustia. El daño. La crueldad.

El Espíritu extiende sus manos sobre ese paisaje desolado, haciendo el gesto de abarcarlo con su luz. El paisaje, en vez de absorber esa luz, se licúa en la oscuridad y desaparece.

Con un suave giro, el espíritu pierde su corporeidad y se desvanece ante mis ojos. Y veo aparecer en su lugar la figura de una muchacha.

Es mi madre. Mi madre no como yo la veo ahora o como la recuerdo y la recordaré, sino cuando era muy joven. Mucho antes de que yo naciera.

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Le chispean los ojos y parece feliz. Todo encierra aún una promesa. Todavía no ha sido tocada por la oscuridad. Aún está llena de esperanza.

Mi madre brilla y me mira con complicidad. Sonríe, como si supiera algo que yo no sé o viera algo que yo no veo.

La figura de mi madre, iluminada desde dentro, se disuelve en la noche.

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En su lugar reaparece el Espíritu, mirándome muy de cerca con ojos muy abiertos, como se mira a una criatura. Con amor. Con sus grandes ojos compasivos. Me toma entre sus manos, sopla sobre mi flequillo para hacerlo volar y que yo lo pueda olvidar todo.

Y yo me río, aliviada y ligera como cuando la amenaza de algo terrible desaparece para siempre.

El espíritu me envuelve con su luz de luciérnaga y me deposita suavemente sobre la tierra.

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Llega el Espíritu de la Navidad presente.

Al verlo sé que es el espíritu de este año, que ha sido mi año de probar el sabor de la libertad.

Es un Espíritu alado y blanco, pequeño, parece un niño aún. Me enseña cómo era mi espalda, llena de sogas que me ataban a un algo invisible que tiraba de mí con tanta fuerza que me desgajaba la piel.

Me enseña el peso que he llevado sobre la espalda, como un gran parásito dañino. Me enseña cómo me ha impedido levantar la cabeza para mirar el cielo.

Me enseña cómo yo misma lo he ido deshaciendo. Poco a poco.

Como un hechizo que evoluciona lentamente. Cada semana menos peso y más esperanza. Como una correa de perro muy apretada que el frío va carcomiendo hasta que se cae.

Me enseña cómo me va creciendo una nueva piel que no es porosa y que me separa firmemente de mi madre y del pasado. Que me convierte en una única persona, por primera vez en mi vida. Una persona independiente y casi libre que no odia, que no está triste, que no tiene miedo, que siente la vida como una llamita caliente que late en el cuenco de sus manos.

El Espíritu blanco me entrega ese regalo, esa visión de lo que está despertándose dentro de mí misma. El espíritu blanco me entrega la visión de mí misma haciendo de madre de mí misma, y liberándome del conjuro de todo ese dolor.

Cuando el espíritu blanco me deja en el suelo, estoy temblando porque comprendo que éste es un nuevo nacimiento. Como un canario que escapa de una jaula y comienza, atónito, una vida silvestre.

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Llega el momento del último espíritu.

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El regalo del último espíritu, el espíritu del Futuro.

El Espíritu del Futuro es azul noche y va a enseñarme el mundo sin mí.

Me enseña la vida sin mí.

Cuando el Espíritu me saca del mundo, puedo ver lo que falta: lo que yo había puesto.

El espíritu me enseña el cóctel que componen mis dones y qué hacer con ellos.

El Propósito es el último regalo de los espíritus: una imagen de tu influencia en tu pequeño mundo.

Es un cóctel único y es algo que uno inventa, compone, constela. Un bordado. Una tonalidad. Una melodía.

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La casa me parece muy grande cuando los Espíritus se van.

Y comprendo muy bien lo que me han dicho: la construcción del Propósito es la gran tarea sagrada de la madurez.

Ha sido un año muy especial y siento que estaba preparada para que los Espíritus me hablaran.

Su viaje era un viaje que ya no me daba miedo.

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Debemos estar agradecidos cuando esa magia sucede, cuando los Espíritus nos hablan.

Y la visita del último espíritu nos arrancará una promesa, un compromiso. Como a Ebenizer.

Siempre es así.

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Yo he hecho la mía.

Y ahora hay que cumplir lo que les hemos prometido.

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Muy Feliz Año Nuevo.

 

 

 

 

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1 comentario

  1. Impresionante y sobrecogedor. Sólo puedo decirte que eres una mujer especial. Un abrazo muy fuerte.

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