53 semanas
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El 23 de marzo se cumplió un año desde día en que tomé la decisión de dar una pequeña vuelta de campana con mi vida.
Recuerdo ahora algo que escribí en mayo, cuando todo empezaba, mientras pasábamos un fin de semana de desconexión en Mar de la Carrasca.
Sé que es algo que -si una quiere mantener su vida del lado del crecimiento, si una quiere no detenerse, seguir avanzando hacia allá donde lo que está guardado dentro del sí mismo la conduzca- hay que hacer varias veces en la vida.
Hay una teoría de los grandes ciclos que creo que también se aplica a la vida personal.
He hecho ya varios giros de esa clase.
A los 6, los 15, a los 23, a los 32, a los 37, a los 47, y ahora, éste último, a los 53. Prácticamente todos van por parejas: hay una cifra clara y una oscura.
Una cifra clara que simboliza la salida de una época oscura.
Oscuridad y luz son buenos hermanos, hermanos gemelos que se necesitan uno a otro para mantener al ser en crecimiento, aunque tendamos a considerar el sufrimiento inevitable de las épocas turbias, oscuras, como algo indeseable, algo de lo que queremos escapar lo más pronto posible.
Los 53, o para ser más exactos, los 54 que estoy a punto de cumplir, porque esta transición ha durado un año entero, marcan la entrada en una época clara, época primaveral, de cosecha de lo que ha germinado en la oscuridad imprescindible de los años de invierno previo.
Durante estos 12 meses que he cuidado, amado y protegido como hubiera hecho con un bebé, han pasado muchas cosas a varios niveles, y eso ha sido, creo, lo más bonito y lo que más me ha sorprendido, cómo unos cambios han propiciado otros.
Las más llamativas saltan a simple vista en la distancia corta para quienes me tratan cotidianamente.
Ahora tengo un cuerpo diferente, más parecido al que tenía hace quince años, y posiblemente, si he de hacer caso (y suelo hacerlo) a lo que la gente me dice sin que haya la necesidad de que lo digan, he rejuvenecido unos cuantos años. En estos doce meses he perdido, sin grandes alharacas, y prácticamente de modo inadvertido hasta casi el final, veinte kilos. Los he perdido sin que la piel de mi cuerpo, que ya no tiene la elasticidad de los veinte años, lo advirtiera siquiera: sin nuevas arrugas, sin flaccidez. Como si no hubiera habido un antes y un después.
He perdido de vista con ellos, también, algunas pequeñas teclas de ésas que centran el foco de atención cuando tienes la suerte de tener buena salud, y que te dan la pista de que algo muy bueno te debe estar pasando por dentro.
Luego está la alegría del uso del cuerpo: un día estás sentada encima de la silla sobre tus pies (una cosa que me gusta hacer), y cuando tiras a levantarte apoyas las manos en una mesa y te levantas dando un saltito. Y de repente te quedas petrificada y piensas, caray, ¿eso lo he hecho yo? ¿de dónde he sacado esa agilidad? Y te ríes con ganas, porque si bien lo piensas, sí que se te ocurre de dónde ha podido salir.
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Y luego están las otras cosas: lo primero que notas, a los pocos días, es cómo recuperas el sentido del olfato. De repente lo hueles todo.
Me imagino que es una consecuencia de que lo que has emprendido en realidad es un proceso de desintoxicación, de depuración y limpieza profunda. Si te miras la lengua, de repente te das cuenta de que está rosada y fresca, como si fuera de niño. Aprecias matices en el sabor del agua, y recuperas la sensación clara de cuándo tienes sed.
Vuelves a oler muchas cosas y el olor te funciona como un radar para saber si eso que hueles te conviene o no. Porque eso es otra cosa que recuperas: la conexión no intelectual con las necesidades de tu cuerpo. De repente sabes qué necesitas comer, el cuerpo te pide esto o lo otro: no recetas ni preparaciones sino alimentos. Tipos de alimentos. Aunque es verdad que también te da pistas sobre los modos de cocinarlos que más te apetecen.
Y todos te llevan, con los meses, a los productos frescos, con preparaciones sencillas.
Y luego están los otros cambios.
Los del estado de ánimo, que se levanta y se estabiliza.
Los del manejo de la frustración y la agresividad, que encuentra caminos más constructivos para expresarse.
Los de la gestión de la felicidad: uno empieza a ver con una claridad diáfana lo que le conviene y lo que no.
Los de la lucidez: también empieza uno a ver con una claridad nueva, muchas veces apabullante, los guiones en los que se mueven las personas que nos rodean, las estructuras de las comunidades, los juegos, unos tiernos y otros tóxicos, en los que participamos.
Los de ampliar el sentido de la palabra «alimentación» a todo aquello que absorbemos a lo largo del día: el campo de energía de las demás personas y el clima de las relaciones.
En cuanto comprendes que todo te nutre, que todo forma parte de la misma corriente nutricia, empiezas a dejar cosas de lado y a buscar otras. Empiezas a ponerte de lado de una energía más luminosa, y a alejarte de las energías turbias, tóxicas, oscuras.
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¿La limpieza del cuerpo puede ajustar con más finura nuestros mecanismos emocionales e intelectuales? ¿Puede hacernos más expresivos, más creativos, más astutos, puede despejarnos la mente y nutrir nuestra autoestima?
Pues yo diría que sí.
No es que me sorprenda. Llevo años leyendo que la interrelación cuerpo-mente significa exactamente eso, que somos un todo, no dos partes acopladas a través de una rueda dentada. Que cualquier cosa que mejores en una de las dos cambiará a la otra.
Pero la verdad es que no deja de asombrarte cuando lo vives en tu propio cuerpo.
¿Qué rutinas, qué recetas he seguido para llegar hasta aquí?
Si tuviera que esforzarme en resumirlo, creo que en realidad es bastante simple.
Lo primero es quizá un cambio en el modelo de alimentación: ahora considero la proteína como el acompañamiento de un plato y no al revés.
Las proporciones de lo que como se han invertido: mucha verdura cocinada, mucha verdura y fruta cruda, brotes y germinados, y un poco de proteína aquí y allá. Sobre todo huevos. Algo de pescado. Y muy poca carne. Legumbres casi todos los días.
Y luego cambios en la elección de los alimentos: arroz rojo y blanco integral en vez de blanco. Pasta integral en cantidades pequeñas. Pan integral hecho en casa combinando trigo con otros cereales: avena, espelta, trigo sarraceno, centeno. Semillas. Frutos secos. Cereales de desayuno. Frutas deshidratadas.
Aceite de oliva del mejor, aguacate, pescado azul y frutos secos como grasas principales.
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Muy poca azúcar, y no blanco: azúcar integral, jarabe de arce, sirope de ágave.
Aceite de coco en vez de mantequilla para cocinar repostería. Y mantequilla por gusto en las tostadas sólo de vez en cuando.
Mermeladas caseras hechas con poca azúcar.
Leche de arroz, de avena y de almendra en vez de leche de vaca.
Algo de yogur y algo de queso, pero no mucho. Con la misma consideración de sólo por aquí y por allá de las proteínas animales.
Apenas nada que sea de bote que no haya envasado yo. Mayonesa, tomate en conserva, sardinas, atún… poco más.
Todo se resume en: comer comida fresca, siempre que pueda ser no procesada, y de excelente calidad. De la mejor que uno pueda conseguir.
Y procurar saber cómo se cocina lo que uno come cuando cocinan otros. Cómo y con qué.
Y todo esto no para seguir un régimen, una dieta, sino como una manera de aumentar el propio capital de salud. Como una manera de hacerse de verdad responsable de uno mismo.
No se trata de buscarse un cuerpo de cromo, sino de volver a tomar las riendas de la propia salud.
Y de paso, desmedicalizarse.
Salirse un poco de ese paradigma en el que todos vivimos en esta sociedad de progreso que ve al cuerpo como un mecanismo que hay que tener bajo vigilancia para impedir que falle.
Recuperar la confianza en la propia capacidad de mantener la salud, y de ocuparse conscientemente de ella.
Por eso mismo, no se trata de volverse loco con rutinas rígidas, sino de interiorizar una preferencia por una determinada manera de vivir (y de alimentarse, que es la base de toda vida).
Se trata de no complicarse la vida, mientras se tiende placenteramente hacia lo que uno prefiere.
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Cuando no estás en casa, acoplas tus nuevas rutinas a lo que te ofrece el lugar en donde estás. Ya me gustaría a mí poder desayunar en el bar del trabajo lo que desayuno en casa los sábados. Pero no puede ser (Valencia es una ciudad donde es difícil comer como me gusta comer a mí ahora), y no me complico la vida.
Y cocinar paella muchos domingos, faltaba más, que lo sagrado es sagrado :) -Y para estar hecha en encimera y aunque esté mal que lo diga yo, me sale bestial- :) :)
Al final mi dieta es sencilla, sin exotismos, y no muy variada. Unos cuantos básicos combinados. Comidas poco abundantes, y más de tres comidas.
Infusiones. Las mías de hinojo, de naranja con jengibre.
Agua cuando se tiene sed: aprender a saber cuándo se tiene sed, porque vivimos sin darnos cuenta de cuándo tenemos sed. Y algo de agua mineral, «agua viva».
Es verdad que un cambio así implica mantener una relación estrecha con los alimentos y con la cocina. En una familia, como es mi caso, implica que se emplea tiempo planificando, comprando comida fresca y cocinando a diario.
Es algo que me gusta, que se alinea con toda naturalidad con mis valores: invertir tiempo en convertirme en una persona capaz de cuidar, de apreciar, de respetar, de preservar. De ocuparme de lo próximo. De revestir de consciencia y amor las labores esenciales del día a día.
Mucha gente me ha preguntado este último tiempo si me ha costado mucho esfuerzo. Y la verdad es que no.
Siempre les digo que me parece que la clave para que un proceso así tenga éxito es que tiene que haber llegado tu momento. Tiene que ser ese día que para ti es el definitivo, el día en que lo ves tan claro que eso es lo único que de verdad quieres, y el esfuerzo para conseguirlo se convierte en algo que te hace ilusión y que te hace sentirte más segura y más protegida.
Al principio, los primeros meses, elegí varios suplementos para añadir a mi dieta, que después he ido ajustando a mi evolución. Todo el tiempo tuve en mente que el órgano fundamental para generar salud y por el que hay que empezar toda desintoxicación es el sistema intestinal, así que utilicé ayuda para recuperar la flora. Y también suplementos de vitaminas, minerales y antioxidantes.
Y luego está todo lo que no es comer.
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Empezar las mañanas estirando el cuerpo. 10 minutos. Y respirando.
Levantarse varias veces durante las 8 horas de jornada laboral (yo trabajo sentada) para estirarse y volver a ser consciente de la respiración.
Meditar. En el sentido de colocarse por encima de la rutina, salirse de ella, unos pocos minutos cada día. La meditación nos saca de la rueda de hámster y modula de modo natural la energía que comprometemos en cada cosa.
Salir al aire. Yo no salgo a andar en plan de hacer ejercicio, pero sí salgo a mirar el cielo, a sentir el aire y el sol, a ver atardecer, a mirar los árboles y las flores. A estar en la parte del mundo que crece al mismo ritmo que yo. Salirse de la burbuja de construcción humana y estar un rato en el trozo de mundo que uno tiene cerca donde aún pueden sentirse los ciclos de la tierra.
Procurar ajustar la actividad propia con el ciclo del sol y con el propio biorritmo, aprender a sentirlo y a reconocerlo, y después a respetarlo.
Dormir mucho y bien. Sin pastillas: aprender a respirar para relajarse, a estirarse para deshacerse de la tensión, y a escuchar los sueños como guardianes de nuestro desarrollo, para poder proseguir con su ayuda los trabajos de limpieza emocional y espiritual que nuestro ser necesita.
Adoptar pequeñas rutinas personales: de agradecimiento, de saludo al nuevo día, de reflexión sobre el día transcurrido, de reflexión sobre el día de mañana.
Sumergirse en la vida con gozo y confianza, como en un trabajo de creación.
En algo que podemos recrear por completo, algo que nos pertenece como un derecho de nacimiento.
La verdad es que mirado hacia atrás me parece una enormidad y a la vez no me parece nada, nada complicado :)
Si tenéis ganas de hacer un cambio parecido, creedme: está al alcance de cualquiera.
Feliz semana a todos!
Fuentes:
Clean Slate: A Cookbook and Guide: Reset your Health, Detox your Body, and Feel your Best. Editors of Martha Stewart Living.
At Home in the Whole Food Kitchen: Celebrating the Art of Eating Well. Amy Chaplin.
La digestión es la cuestión. Giulia Enders.
Mujer, comida y deseo. Alex Jamieson.
Gut Gastronomy: Revolutionise Your Eating to Create Great Health.
Alimentación sana para vivir mejor. Lily Hobson, Ron Simpson.
Las diosas nunca envejecen. Christiane Northrup.
Te leí por encima cuando publicaste la entrada, y hoy vuelvo a leerte, lo primero enhorabuena por esos cambios y por usar ese poder que tenemos. Cuánto nos hace falta pararnos y hacernos conscientes de las cosas que hacemos. Yo intento cuidarme pero no siempre lo consigo, pero cuando lo hago me siento taaaan bien. Tu post me empuja a tomar nuevas rutinas, sobre todo en estirar, respirar, relajar…tomarte unos minutos al día solo para mi y agradecer lo que tenemos…así que gracias por todas las ideas Fer.
Espero que siga todo bien!
Besos