un desayuno azul
La primavera ya casi está aquí. Fuera, la terraza se dora al sol.
Sopla brisa del mar, las cortinas ondulan, el aire fresco, radiante y salobre te despierta la piel y te envuelve en olas de ese bostezo sensual que nos es tan conocido y que nos revoluciona por dentro cada año.
Las yemas de los árboles se despiertan, eclosionan, se despliegan en amplios abanicos verdes, y a nosotros se nos acelera la savia y nos vuelven las ganas de retoce.
Los amigos de mi pollo llegan pronto, en la mesa hay un mantel de algodón blanco recién lavado y la jarra de loza que me gustaba llenar con narcisos y con freesias amarillas cuando era adolescente, como he vuelto a hacer hoy.
Hay francesillas blancas en un jarrito azul, y el tú y yo de porcelana blanca con topos celestes que me gustaba tanto cuando era pequeña está sobre la mesa. Quizá llevo pensando en preparar desayunos para otros desde entonces, quién sabe…
Hace poco me reencontré con un amigo que me recordó a mí misma levantándome temprano cuando estábamos juntos los amigos en su casa de Denia, junto al mar, para preparar la mesa de desayuno para todos. Apenas me acordaba de aquello…
Pero sí, todo me suena. Cuando me casé por primera vez lo primero que compré fueron dos tú y yo de loza campesina francesa, uno rojo y otro azul.
Aún los tengo en casa.
Quizá me gusta porque levantarse y celebrar un pequeño ritual siempre me ha parecido la manera más natural y perfecta de comenzar cada día.
Y servir un desayuno para otros es como susurrarte al principio el día, antes de que se te olvide, que el mundo es un lugar que debes pisar con cierta reverencia.
Como un saludo al sol. Un acto alegre.
La primera vez que entré en la casa donde viví unos meses, desde que me divorcié hasta que me mudé donde hoy vivo, eran las siete de la mañana de un día del mes de julio.
Estaba amaneciendo.
La casa estaba completamente vacía, y en la cristalera que daba a la terracita del comedor estaba ardiendo un cielo rojo y rosa, anunciando el sol.
Me quedé quieta delante del ventanal mirando el amanecer, sola, libre, mientras la certeza de que durante muchos, muchos meses cada día, cuando me levantara, iba a sentir este escalofrío, esta felicidad y esta incredulidad ante cada día recién estrenado, me traspasaba de arriba a abajo.
Y así fue.
Ahora siempre pienso que esos días en que me sentía excepcionalmente viva deberían ser una medida para mí. Una pista sobre cómo vivir y sobre cómo empezar cada día.
Adentrarse despacio en el día que empieza, y no como quien se sube a un caballo que viene al galope ya enjaezado. Entrar en el día como quien entra en un mar tibio… el agua sube lentamente por nuestras piernas y mientras la sentimos subir acariciándonos la piel, el aliento sagrado de este día que se abre nos entrega unas cuantas cucharadas del gozo simple y puro de estar vivo.
Esta vez en la mesa hay naranjas, preciosas naranjas de invierno, refrescantes y dulces, melocotones con su color de verano en conserva, frambuesas gruesas y aterciopeladas, muffins, tortitas de cheddar y bacon con sirope y unas tostadas francesas rellenas de queso y mermelada de naranja que tiran de espaldas.
Y hemos tenido suerte, porque la primavera ha entrado con sus pasos de flor en nuestra casa y se ha quedado el tiempo suficiente para completar su desayuno.
Después se irá otra vez, y volverán las lluvias, el aire desapacible y el frío. Pero sólo será para jugar al escondite. Porque volverá enseguida.
Ven, ven, ven pronto primavera, ven y rocíanos con tu polvo de hada, que tenemos ganas de retozar, de jugar, de respirar muy hondo, de sentirnos más libres. Trae todos tus jarabes de alegría y las palas de aventar el polvo. Ven y quédate en casa muchos días, que hay mucho que hacer.
Y no te aburrirás: yo te traeré de las montañas flores alegres, copihues, avellanas oscuras, y cestas silvestres de besos.
Para que mientras tú puedas hacer conmigo lo que me han contado que sueles hacer con los cerezos…*
*»Te traeré de las montañas flores alegres, copihues,
avellanas oscuras, y cestas silvestres de besos.Quiero hacer contigo
lo que la primavera hace con los cerezos.»
Fragmento del poema de amor n. 14 de Pablo Neruda.
A este se le llama un verdadero desayuno. Pero sobre todo un desayuno con amor, hecho con mucho amor. Y Entre cada pedacito de la laboriosa preparación un regalo de esa maravillosa «prosa lírica» que tan bien se te da plasmar. Es imposible leerlo sin que el corazón se llene de ese cariño que desprendes y de esa primavera que haces se adelanté en el tiempo. Una vez más gracias por estos continuos regalos que nos ofreces y el tiempo que nos regalas. Te quiere, tía Elisa.
Hummmmmmm. Y yo a ti, bombón. ¿Cuántas sobrinas tienen una tía que les lleva veintitantos años de experiencia, que tiene siempre un puñadito de cosas buenas buenas que compartir con una, y además se ha mercao un ipad y lo maneja mejor que una y descubre pins de Pinterest para una y alimenta mi álbum de infancia tenazmente… Ainsss. <3 <3 <3 <3 (Hemos de arreglar el asunto ése del señor Seur o lo que sea, no? Abrazos gordos.
Siempre floreces, Fernanda. Deseos para ti y los tuyos de muchas primaveras y felices desayunos. Qué gratos son. Y qué hermosa y apetecible tu mesa. Se lo paso a mis amigas primaverales y cocineritas. Un abrazo.
Mil gracias Esperanza. Qué ganas de primavera ya, verdad? ¿Sabes qué estoy haciendo ahora? Viendo volar a Peter Pan… Un abrazo muy fuerte desde aquí, en medio del barullo terrible de las Fallas que ya están explotando. Procuraremos ponernos a resguardo! Muy feliz fin de semana!
La tribu comenta:
Viva aquella que nos ceba y nos permite salir de sa casa rodolant.
Desayunos así son gozos, pero como continúen vamos a tener que hacer (aun) más ejercicio para podérnoslo permitir. Los vecinos van a empezar a pensar mal, madre, ¿está justificado gemir mientras se come? (Entendamos por comer desayunar.)
Como siempre Ñam!
N. (y la tribu.)