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Escrito por el Sep 13, 2012 en liturgia de las horas | 0 comentarios| etiquetas: luz meridional, luz y felicidad sensual, mirar el campo, mirar el cielo, mirar la luz, moras, otoño, perfume

el verano agridulce

De agridulce, el verano lo único que tiene (quitando la caló), es que se acaba.

Un día, de repente, sin anuncios previos, aún dentro del verano oficial y entre días esporádicos de pegajoso bochorno, el otoño asoma sus patitas con pasos acolchados.

Hoy he visto prunas rojas y verdes en el mercado, con su delicado vaho de escarcha, y macetas de brezo, con sus prietos capullos de un rosa encendido, que hacen pensar en espesura de bosques, mantas de musgo húmedo y olorosa oscuridad invernal.

Los arbustos están llenos de bayas, es tiempo de moras y arándanos, de serbas, de grosellas, de uva espina, de escaramujo, de endrinas, de nueces, de uva, de pequeñas manzanas silvestres y de peras tardías.

Después vendrán las setas, las calabazas, los membrillos, las castañas, las extraordinarias peras de invierno…

Moras

El clima de los fines de semana ya se ha transformado.
Cuando bajas a pasear por las tardes hay un silencio ancho y extraño; la algarabía y el ruido casi han terminado, y en su lugar queda esa calma beatífica que deja en las playas y en los pueblos el final del verano.

Moras en el zarzal

El cielo se ha estirado y ha ganado una luz nueva, una concentrada luz turquesa, límpida y cristalina, que cubre el mundo con una marea de diminutas vibraciones.
Misteriosamente, ese nuevo azul ha pulido el afilado brillo blanco que tenían las casas en verano, y ahora el sol avanza sobre ellas lamiéndolas con una luz tornasolada.

Por las noches huele a leña y a brasas. El olor limpio y frío del otoño, que expande los pulmones al entrar y hace más grande y nítido el mundo.

moras

Cuando despiertas la habitación está fresca y puedes distinguir largas láminas acuosas atravesándola, estratos de humedad nocturna tersos por el frío del amanecer.

Por las tardes y a las horas tempranas del día ha vuelto el viento, un viento deliciosamente refrescante, y la excitante premonición del otoño reina sobre todas las cosas.

La noche aletea con su llegada, fragante de nuevos aromas más íntimos y delicados: humo, hierba mojada del jardín, tierra esponjada por un breve aguacero, cenizas y madera húmeda, ese tenue olor algodonoso de las nubes bajas…

Llega el otoño, y parece que todo puede olerse, que el mundo entero recupera olores perdidos: ahora, bajo el delicado manto nutricio de nubes y vapor, el perfume del mundo se licúa y nos rodea.

Aún en una época convulsa como ésta, esta noche puedo detenerme en medio del caos y la incertidumbre que hay a mi alrededor, y comprobar que aún así, esta noche huele a placer y a la alegría de cosas nuevas, a muchas bendiciones.

Y con esa sensación encima de la piel, como con el recuerdo de un aroma en la nariz, quiero andar por estos días de incertidumbre y cambios.

En casa. tartaletas de moras

Tengo ganas de otoño.
Eso es señal de tiempo bien cubierto, que ha dejado su estela de experiencias cumplidas.

Estoy preparada para el cambio de estación: tengo ganas de salir a los campos a ver las bayas y los frutos nuevos, las balas de heno, los campos dorándose para el comienzo del sueño invernal; ganas de ir al mercado para ver cómo el caleidoscopio de colores que ciñe la estación evoluciona, de cocinar recetas nuevas capaces de acordarme con el pulso de estos dos meses suaves y nostálgicos.

Así que hoy voy a ir preparándole la bienvenida al otoño con unas tartaletas… hechas con mi primera cosecha de moras de jardín!

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