cóctel de solsticio
Este sábado al atardecer nos acercamos a pasear por la playa de la Patacona, en Alboraya, por aquello de que suele ser más tranquila que la Malvarrosa. Cuando nos acercamos al paseo, tuve una turbadora sensación de irrealidad: salvo por las mascarillas, todo volvía a ser como era antes.
En el paseo y en la playa reinaba el ambiente de jarana, relajo y fiesta que tanta gente identifica con la sensación de liberación del verano. Allí el sábado ya ERA verano, aunque faltaban dos semanas para las vacaciones escolares. Era verano como en julio y agosto.
Los chiringuitos estaban hasta la bandera, en las barras y fuera: corros de gente sentada en la arena, sin mascarillas y unos encima de otros, como solíamos hacer, como nos gusta hacer aquí, en la actitud feliz y relajada, sin prevención ninguna, de antes de todo esto.
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La imagen me dejó un poco en shock.
[Esa misma noche hubo un macrobotellón allí mismo que destrozó kioskos y chiringuitos. Lo pongo entre corchetes porque no quiero de ninguna manera acostumbrarme a relacionar el relax y la fiesta con la barbarie. No son criaturas de la misma especie, aunque a veces pueda parecer que una es preludio de la otra. Pero no es así. Es la absoluta falta de respeto dentro de la que viven algunas personas la que es preludio de esos episodios vergonzosos y lamentables, y no el espíritu festivo ni la alegría ligera y un poco alocada del verano].
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Todo esto viene porque durante todos estos meses de encierro y semiencierro, yo pensaba que no habría una vuelta a la normalidad «real». Que esto nos dejaría secuelas durante muchos más meses de los que había durado.
Ahora pienso que, sin que eso signifique que mucha gente no lleve encima ahora mismo una mochila muy pesada de desgana vital y de extravío de si mismo, si la realidad no nos da una nueva bofetada en toda la boca, la «normalidad» nos va a caer encima como una ola. Se va a apoderar de la vida como un río desviado que al desbordarse vuelve a su antiguo cauce. Y va a absorber esto que hemos pasado como el agua que se va formando remolinos por un desagüe.
Pienso sin embargo en esos portadores de la mochila de la pena y la des-ilusión. Esa pena que no saben muy bien qué hacer con ella, cómo atajar, porque no saben de dónde ha salido, no saben qué nombre ponerle y no pueden, entonces, conjurarla. Creo que hay mucha gente viviendo ese estado que está entre la depresión y el bienestar, tumbados haciendo el muerto en ese agua turbia, esperando a ver si esas partículas insidiosas precipitan y vuelven a dejar el agua transparente, azul y apetecible.
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Yo creo profundamente en los rituales. Creo que los necesitamos para pasar de una etapa a otra y que somos criaturas cíclicas a las que beneficia sentir la vida como una progresión de etapas, una escalera compuesta de peldaños, igual que el ciclo de las estaciones proporciona un sentido y un armonía primitiva a nuestro tiempo vital.
Viene el solsticio, la puerta del estío.
Ya oímos el galope del verano, y sentimos, como un destello a nuestra espalda, su grupa reluciente de bronce sonrosado, su piel turgente de muchacha dorada, su sombra dulce, sus ojos anchos y claros llenos de sol.
Hace ya muchos muchos años, en la casa familiar de Castellón se celebraban las cosas grandes con una bebida dorada y dulce, el cap (en la casa de mis abuelos, cup se escribe con «a» ; ).
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Mi abuelo Alfonso preparaba el «cap» desde siempre y mi abuela Marita lo servía en esta jarra de porcelana que heredó de una de sus hermanas mayores, la tía Concha. Después mi padre aportó su propia receta a la familia, el cup de Ali-Bab, y ahora sería difícil saber qué parte de la receta que siguieron preparando, primero juntos, y después, cuando mi abuelo ya no estaba, mi padre y mi tío Antonio, correspondía a cada cual.
Este año he querido celebrar el solsticio con otra bebida mágica, rosada, ambarina como el sol de la tarde en el mar, algo que siempre echo de menos. Con la jarra de mi abuela, y con copas que ahora forman parte de mi armario y de mi herencia y que llevan dentro el nombre y la historia de cinco mujeres y de tres generaciones de mi familia.
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Creo que cuando uno está un poco perdido, una ceremonia solar –el sol, astro masculino que representa el gobierno, el poder y la vitalidad– en la que uno se acoge a su herencia y a su instinto y proyecta su futuro en el futuro simple del sol, del mar y sus mareas y de los astros y sus órbitas celestes, puede ser justo lo que uno necesita.
:: Cóctel rosado de Saint Germain para celebrar el solsticio
{por copa}
- 160 ml de champán o cava rosado
- 40 ml de Saint Germain (licor de flor de saúco)
- 10 ml de ginebra Nordés
- frambuesas y melocotón cortado en pequeños cubitos
Este cóctel es una versión simplificada de un cup, que es un cóctel basado en vino blanco o espumoso y licores que añade fruta a una base de azúcar y soda.
Aquí la fruta sólo es un guiño de frescor, y yo he elegido cava rosado por su color-verano.
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El Saint Germain es un licor extraordinario. Todo en él lo es, desde su preciosa botella tallada, su aire noble de balneario antiguo, su combinación de colores azul marino y dorado y la flor de la que procede: la flor del saúco. Es una flor poco corriente en el mediterráneo, de un aroma floral que es a la vez intenso, delicado y exquisito. Las flores son diminutas, tienen una preciosa arquitectura que las hace parecer de cera blanca y componen grandes umbelas espumosas. A finales de primavera, las flores se abren en los árboles, como sombrillas blancas, encendiendo el aire de perfume.
La madera del saúco es muy apreciada para cocinar porque es dura y de vida larga. (Y si sois fans de Harry Potter, como yo, es la madera con la que se forjó la varita mágica más poderosa del Universo, la varita de Dumbledore!)
El Saint Germain huele como olería un manojo de flores frescas sobre un baño de almíbar. Una delicia.
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El cóctel no tiene secreto. Tenemos los licores fríos y el cava casi helado, mezclamos y vertemos en copas Champagne (flauta) o Pompadour (anchas) bien frías, añadiendo un par de frambuesas y tres cubitos de melocotón en cada copa.
Y ahora toca lo fácil de verdad: cierra los ojos y dale el primer sorbo al verano.
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¡Feliz solsticio de verano!
· SED FELICES ·