luz meridional
Y así sucede a veces que en una hermosa tarde de verano, cuando el calor ha dejado de apretar pero el sol se desliza todavía por los campos, nos sentamos un gran grupo de gente a una larga mesa debajo de la morera negra. La mesa está llena de los productos que esa misma mañana hemos adquirido en el mercado de Isle-sur-la-Sorgue: las olivas, la pata de cordero aromatizada con tomillo y romero, los quesos de cabra recubiertos con ceniza y especias, el pastis elaborado con vino que parece haber pasado directamente de la vid a las jarras. Los perros yacen debajo de la mesa y sueñan que vivirán así para siempre…
…el mundo de la luz meridional, una región mítica que en días como ésos se me figura uno de los limbos del paraíso, y entonces entiendo otra vez por qué hace más de cincuenta años, cuando en mi tierra nórdica calvinista abatida por la guerra leí las primeras páginas de Le mas Theotime, deseé tanto estar en ese mundo.
Cees Noteboom. Lluvia roja
Ya ha llegado Junio. Dentro de sólo tres semanas celebraremos el solsticio de verano, esos fuegos nocturnos con los que cifraremos el tránsito a una nueva estación; el tránsito de las estrellas y también el de nuestra intimidad y nuestros sentidos. Y esta vez vamos hacia la estación de la abundancia y de la madurez, de la recolección y del fruto. Una estación que a menudo hospeda nuestras vacaciones más largas del año, que trae sabores, aromas y colores llenos de luz y que, quizá por eso, despeja nuestros sentidos hasta dejarlos sumergidos en una suave efervescencia.
Siempre me ha parecido que las flores de calabacín son un símbolo poderoso de toda una cultura basada en la felicidad sensual, cuyas señas compartidas se basan más en su manera de acercarse al placer de vivir que en cualquier otro adjetivo o delimitación.
Como Noteboom, podríamos llamarlo el mundo de la luz meridional. Sus límites son difusos y fluidos, pero sin duda se puede respirar con una depurada intensidad en algunos lugares de Toscana y Provenza; como una flor, su corazón se expande lentamente para eclosionar cada verano.
El color solar de estas flores, su arquitectura fantástica y la hipnótica transición del verde al azafrán están ligados en nuestra imaginación -al menos en la mía- con el verano en esos lugares propiciatorios del goce y la sabiduría sensual.
Con largas noches azules en el campo, que comienzan con aguadas rosas y malvas; con charcos de sol ajedrezando las calles adoquinadas y charcos de sombra como encajes en la huella de los árboles, y con los perfumes alcohólicos del mediterráneo: lavanda, romero, tomillo, orégano, albahaca, limones, menta.
Así que hoy, rebozándolas en tempura, las combinaremos con algunos de estos sabores, a los que están unidas como los miembros de una tribu que no necesita etiquetas para ser lo que es.