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Escrito por el Oct 12, 2014 en liturgia de las horas | 0 comentarios| etiquetas: construcción de uno mismo, construir la propia vida, crecer, el tiempo pasa, hacerse mayor, hogar, lo más importante de la vida, risa

la sombra de peter pan

Acabo de leer una novela* que me ha impresionado mucho.
Es una novela larga que traza el paisaje de una familia, desde la época en que el matrimonio es joven y lleno de vitalidad y las niñas son pequeñas, esa época en que casi todo está aún por llegar, hasta la época final, llena de disoluciones y de pérdidas, en que las niñas se han ido de casa y han tenido sus propios hijos, el matrimonio se ha separado y nuevas líneas han cambiado de forma dramática el paisaje de partida, que al comenzar el libro parecía que se extendería para siempre.

Hay un personaje dentro de la novela, Nedra, una mujer fuerte y especial, que me ha hecho pensar estos días en el curso que siguen las personas cuando se acerca la madurez y tienen que enfrentar el comienzo del declive de la curva de su vida, esa etapa en la que uno empieza a notar que el tiempo apremia.

Mas L'Altet.

Hay personas que cuando llegan a esa edad, se han asentado tanto dentro de su personaje que uno tiene la impresión de que realmente se han convertido en su propio personaje.
Vidas capturadas por guiones previsibles, caminan a través de los días con decisión, firmemente asentados en el corazón del personaje, como quien está sentado a los mandos de una locomotora que va ligeramente cuesta abajo.
El personaje, ese conjunto de respuestas aprendidas y modos de conducirnos que nos gusta llamar yo, les proporciona toda la seguridad y la protección que necesitan.

Son como un Peter Pan con la sombra bien cosida. Tan bien cosida que han olvidado que ellos y su sombra no son la misma cosa.

Hay otros, sin embargo, que me llaman mucho más la atención, y que a esa edad comienzan a hacer con sus vidas justo lo contrario.

En vez de acelerar, deceleran. En vez de sentirse más seguros, tienen más dudas.
En vez de protegerse más, se protegen menos. En vez de buscar una forma de personalidad más sólida, más consistente, un castillo contra el invierno, buscan otra más fluida, más llena de huecos que llenar.
Una casa abierta a todos los vientos.

Como el protagonista de esa película que acaban de estrenar que vacía su casa de objetos y sólo recupera uno cada año, ellos han vaciado su personaje, para dejar espacio a lo que aún está por llegar.

En casa.

Contra todas las quinielas, aún en plena madurez encuentran nuevos auténticos amigos.
Sus ambiciones son muy reducidas, y al mismo tiempo, extraordinarias.

Cuando los miras tienes la impresión de estar viendo a una persona que está mirando de frente a su personaje, y decidiendo sobre él: un Peter Pan con la sombra descosida, manteniendo una charla con ella.
Llevan muchos años evolucionando, y eso les ha hecho desechar a sus personajes como pieles que se quedan pequeñas pronto. Prefieren mantenerlos descosidos y bien iluminados.

Son difíciles de encontrar, esas personas.
Imagino que siempre ha sido así, pero a veces tengo la impresión de que en esta época de extravagante y aturdidora sacralización del yo en cada uno de los aspectos de la vida, es aún más difícil que lo fuera antes.

Imagino también que son personas que tienen costumbre de sentarse a solas y en quietud, mientras desvisten a la vida de su diario ropaje de fuegos de artificio (ajetreos, preocupaciones, compulsiones, deseos), y pasan un rato mirándola así, como si pudieran verla desde la cumbre de una montaña más alta que ella.
Completa, desnuda, reducida a lo esencial.
Bien iluminada.
Sin adornos por encima, sólo un cuerpo desnudo.
Fácil de comprender.

Quizá tienen esa costumbre que hoy nos parece casi mística de detener el tiempo de cuando en cuando para desbrozarlo de espejismos, de falsas ilusiones.
Y quizá esa costumbre es lo que los hace indefinible pero rotundamente distintos.
Esa intimidad con lo lejano, con lo inaprensible.
Esa distancia elocuente con la omnipresente pelea de ratas.

En el Bosque

Como si se ducharan a menudo con las revelaciones del futuro, los años aumentan su luz interior.

Faros confiables, qué afortunado es quien puede rodearse de alguno de ellos y alimentarse de la pureza de esa luz.
Creo que esas personas son los verdaderos tesoros que hay que buscar en el camino hacia la madurez.

Nunca tienes la sensación de que su vida se ha colapsado, de que están cercados por la resignación, la suciedad o la amargura. Cinismo, orgullo, vanidad, banalidad, mentira, palabrería, fingimiento, violencia, dominación, son meteoros que mantienen gravitando lejos de ellos.

Está claro que el grueso de la especie andamos profundamente divididos en cuanto a aquello que más nos importa conseguir en nuestras vidas. Está claro que esto que me importa a mí no es precisamente un objeto de deseo común en nuestras comunidades civilizadas, hoy.

Cuando estudiaba tuve muchos años una frase pegada en la pared de mi cama.
Decía: aprender, horizontes sin límites.
He aprendido montones de cosas hasta ahora, muchas, porque aprender ha sido siempre una de las alegrías de mi vida.
Pero creo que ahora por primera vez en mi vida, entiendo que lo que me queda por aprender, por construir, es mi hogar. No mi casa, sino mi hogar. El de dentro. El que no puede perderse con el paso del tiempo.

Una personalidad elegida, consciente.
Una construcción moral.
Como quien se pone a levantar una cabaña, o quien comienza un programa para recuperar su forma física.

Algo parecido. Algo que está al alcance de cualquiera que lo desee.

Me parece que es muy tarde para comenzar esto, pero también pienso que me debo la ternura de pensar que hasta ahora he estado ocupada con otras cosas aún más básicas. En todo caso, para mí éste es el momento.

Alguien decía que uno de los distintivos de la libertad es el sonido de la risa.
Que quienes con el paso de los años se han ganado a pulso merecer el nombre de personas, ríen.

Creo que yo sé qué clase de risa es. Una risa blanca, que suena a torrentera.

Quizá ésa es una buena pista para reconocerlos: perseguir el sonido de su risa…

Y la novela que he leído es «Años luz». James Salter. Salamandra, 2013.

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