fresas silvestres con nata
Cuando era pequeña el ritual que marcaba la cercanía del verano era el día de mi santo. No porque fuera el mío, sino porque era el de mi madre, y la casa se llenaba de flores.
El día de San Fernando era una experiencia sensual de alto voltaje que abría las compuertas a los días concupiscentes de sol que estaban a la vuelta de la esquina. Flores y confitería de yema. Éxtasis de primavera.
Ahora tengo otro ritual, además de ir a por rosas –que ahora en vez de rosas Chrysler suelen ser rosas amarillas con los bordes rosados–, y es desayunar un domingo un tazón de fresas silvestres recién traídas de una escapada madrugadora al mercado, endulzadas con un copo generoso de nata montada.
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Mi post-it de «es casi verano»: recordar ir a comprar fresillas y ponerlas sobre lino rojo en el tazón azul Bretaña, y hacer mi domingo lujo-de-san-fernando.
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Este año, además, he tenido otro regalo.
Uno totalmente extraordinario.
Featuring:
Cosmo. 💛
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Nuevo gatuno en la familia.
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Recordad ir a la búsqueda de fresitas antes de que desaparezcan hasta el año que viene y…
· SED FELICES ·