días de Nivea
En una novela* que he leído esta semana la protagonista cuenta que sus vacaciones en Cadaqués son de esa clase en la que por las mañanas tus únicas preocupaciones son embadurnar bien de crema solar a los niños y pensar en lo que se va a comer hoy.
Qué buen plan.
Y entonces me he acordado de aquella época, cuando los niños eran bebés.
Me he acordado de mi prima Maisa sentada en la arena, sobre una toalla de rizo, bajo la sombra fluida de una sombrilla. A su lado tiene una pequeña hamaca donde duerme una bebé con caracolitos rubios.
Está blanquita y sonrosada, duerme plácidamente bajo el ronroneo de las olas.
Cobijada a la sombra, bien fresca, hay una cesta de cremallera que guarda potitos de futa caseros, biberones de agua y litros de crema para el sol.
Me he acordado de Noël en la piscina de gresite azul, mojada como una sirena, a remojo desde las nueve de la mañana.
Mañanas de playa que comenzaban muy temprano, cuando la playa aún estaba vacía; íbamos justo al revés que la marea de veraneantes, contra el ritmo de crecida del sol.
Mañanas tan entregadas al lujo del sol y del mar que tenías que subir a casa con los niños casi en brazos; estaban agotados y los bracitos se les caían como madejas.
Se quedaban dormidos con la última cucharada de fruta en la boca, y dormían largas siestas echados en sus camitas frescas como cachorros, o despatarrados como perritos encima del sofá.
Mientras casi los oías respirar, tú disfrutabas del lujo de un café a solas en la mesa de la terraza, a la deriva dentro del maravilloso silencio que se abre en las sobremesas de piscina, viendo rielar el blanco sol de mediodía sobre el mar, azul índigo y plano como una balsa.
La casa estaba sombreada, quebradizas cenefas de luz líquida oscilaban sobre el suelo claro y fresco, un sol apaciguado flotaba lentamente en el aire tranquilo.
Aquella época en la que los bebés se te colgaban del cuello como monitos, te besaban en la boca, te daban lametazos y se desternillaban de la risa, y el sol les revelaba en claro el dibujo de las sandalias de dedo sobre la piel cobriza.
El tacto sedoso y muelle de su piel, los tirabuzones mojados, el olor a Nivea, a Nenuco y a aftersun, las barriguitas tersas, los piecitos regordetes que te cabían dentro de la mano.
Aquella época en la que vivían como peces, todo el día metidos en el agua y sacando las boquitas sólo para comer o para darte besos.
Cuando vivían encima de tu cuerpo, como una prolongación del suyo propio.
Tiempos felices.
El verano ya está aquí.
Hurra.