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Escrito por el Oct 7, 2015 en liturgia de las horas | 0 comentarios| etiquetas: abrir las ventanas, aire fresco, ambientes de trabajo, el lado oscuro, el mal, empresas enfermas, magia blanca, personas tóxicas, toxicidad

deshollinadores

Hace más de una semana me senté delante del teclado, como hago tantas veces, a intentar aclarar mis ideas y hacer orden con ellas.
Para mí hacer orden significa domesticar.
Significa coger un revoltijo que causa sobre el ánimo ese efecto desmoralizador que provocan los monstruos de debajo de la cama en la imaginación de los pequeños cuando van a acostarse, y diluirlo, colocando una lucecita imaginaria debajo de la cama.

Había pasado la semana preocupada por incidentes desagradables en el trabajo, encontronazos repentinos que no eran sino el ascenso a la superficie de las burbujas de un desencuentro más profundo, burbujas que llevaban hirviendo desde hace tiempo en el fondo del caldero.

Escribí una entrada amarga y dura. La terminé, la cerré.

Me decía a mí misma que yo no escribo así, que eso no era propio de mí.

Y que los que estáis al otro lado esperáis, precisamente, ese otro tono, esas cosas distintas que vienen después de que lo que no nos gusta haya pasado por un tamiz.

Que había que dejarla empolvarse, porque había que encontrarle una continuación.

Y cuando la encontrara, entonces quizá sí podría escribir una entrada.

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Al final me escuché a mí misma, y la dejé empolvarse. Y hoy la retomo, porque ya he encontrado el capítulo de continuación.

Pequeños incidentes me han proporcionado el cabo del que tirar dentro de la madeja.

Hablando con dos compañeros estupendos de esto que nos pasa en el trabajo (porque, obviamente, esto no me pasa sólo a mi; el peso de una empresa enferma afecta a todo el mundo, a cada uno en función de su propia sensibilidad), cada uno de ellos me ha dicho algo que me volvió a colocar en el buen camino.

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Ella me dice que las personas bondadosas y alegres son capaces de segregar un círculo de bonhomía que se extiende en el alrededor cercano y lo mantiene fresco, limpio y transformado.

Mientras que las personas enfermas y agresivas, las personas negativas, generan un clima que es como un nube de hollín: rápidamente lo invade todo. No sólo el ambiente más cercano.

Tal como han contado siempre los cuentos de hadas, el poder del mal siempre es más expansivo que el del bien. Las tres hadas buenas sólo pudieron dulcificar el hechizo de la única hada mala.

Y en la vida real sucede lo mismo.

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El mal siempre puede más; es lógico, juega sin límites, sin reglas, sin códigos, sin sentimientos, sin cortapisas. Cuando se pone a ello, siempre lleva las de ganar.

El humo espeso que esparcen las personas tóxicas (violentas, falsas, manipuladoras, negativas, sin escrúpulos) se expande como el rastro de un incendio. Y lo deja todo manchado de ceniza.

Él me dice que en las empresas (o comunidades, familias, parejas) donde pasa eso, por mucho que procures refugiarte en un aislamiento digamos higiénico, todo ese hollín flota sobre tu cabeza y te envuelve, quieras o no quieras. Segrega una presencia plúmbea y poderosa que no puede dejar de sentirse como una opresión indefinida.

Y después ha llegado el tercer incidente, el definitivo. Una persona nueva, positiva, eficaz, competente. Fresca, no contaminada. Ha sido como cuando diluyes una gota de tinta china en una vasito de agua clara. Ha cambiado todo el color, aligerándolo deliciosamente.

Y me ha recordado tres cosas muy importantes.

Una: como ya escribí aquí, es bueno mantener una distancia preventiva con algunas personas. No hay de qué sentirse culpable. Es simple protección del espíritu.

Dos: lo peor de la violencia son los cómplices. Los que callan, los sibilinos, los que ríen las gracias, los que hacen como que no pasa nada, los que no quieren implicarse, los que miran a otro lado, los que disculpan, los que conniven con ella pensando que no les mancha.
Error.
La violencia es como el petróleo. Mancha siempre.

Cuando en lugar de un cómplice, delante de la misma violencia tienes cerca a alguien que se coloca luminosamente en el otro lado, todo cambia.

Y no cambia porque esté de tu lado, sino porque está en contra de lo que hay en el otro lado, esté quien esté en él, y esté quien esté en éste.

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Y tres: si sientes que necesitas aire fresco, hay que abrir las ventanas.

Sí, o sí.

Y ya.

Es posible que, como decía mi compañera, el efecto de la positividad personal sea más bien local, y pueda poco contra los males telúricos de las grandes dinámicas envenenadas.

Pero cuando tienes la suerte de tenerlo cerca… A ese hermoso kilómetro cero…

pues…

qué descompresión…

y qué gozo…

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