una historia de primos
· una historia de primos ·
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Todos los años, desde hace más de una década, mi hermana tiene la costumbre de convocar, antes de que terminen las vacaciones de verano, un “encuentro de primos”.
Los “primos” en cuestión somos cuatro familias, descendientes de cuatro de los hijos de dos hermanas, mi abuela Marita, de la que he hablado mucho aquí y mi tía-abuela Elisa.
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La costumbre arrancó para dar continuidad a la vida de primos que habíamos tenido en nuestras vacaciones infantiles y juveniles. Mi hermana y mi hermano tuvieron mucha relación con todos ellos mientras veraneamos en Benicasim, porque los cuatro hermanos tenían en común tener un apartamento en la misma urbanización.
Con los años cada uno tomó su propio rumbo, y pasar tiempo juntos en verano dejó de ser una costumbre.
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Las vacaciones de tres meses dejaron de existir en nuestras vidas, nos casamos, formamos nuestras propias familias, vinieron los hijos… Algunos fundaron nuevas costumbres vacacionales para sus hijos que incluyeron seguir pasando el verano en Benicasim, otros no…
Así que en un momento dado de ese paisaje de nuevos caminos que se dividían, empezaron las “cenas de primos”.
Los primeros años yo fui muy pocas veces. Junto con mi prima Elisa soy la mayor del grupo, y de alguna manera, esa distancia unida a mi propio carácter solitario me hizo compartir menos tiempo y menos vida y menos fiestas, a las que yo era poco aficionada, con todos ellos.
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Al pasar los años sin embargo, ya divorciada y en otra vida yo misma, me apeteció unirme a alguna de aquellas convocatorias. Los echaba de menos, me hacía ilusión saber cómo estaban, qué era de sus vidas.
Los encuentros no eran ya tampoco tan de fiesta loca -los años pasan para todos- y era muy bonito poder “tocar mare” ese día, un día cada año. Como si estuvieras componiendo un collar, y cada año ensartaras una cuenta.
Los años que no iba mi hermana me enseñaba las fotos y me contaba las anécdotas, y yo las disfrutaba.
Así que este año también me he unido a la celebración.
Uno de los primos ofreció su casa que recién estrenaban, y cada uno llevamos algo para animar las dos paellas que íbamos a encargar.
Yo horneé unas tartas, y hoy dejo aquí una de las recetas. La de la tarta de manzana ya estaba aquí, y la receta de la galette de higos y moras la podéis ver aquí.
Las fotos no acompañan, pero es que estaba horneando a las 7 de la mañana para poder coger el tren de las 10 a Benicasim con mis tres tarteras embutidas en una bolsa de pastelería. No me cabe ninguna duda de que viajar en tren sola y cargada como si fuera el ordinario le añade efervescencia a la aventura.
A mi abuela Marita le hubiera encantado y divertido, algo que también combina de perlas con la celebración. :)
De esa gratísima comida me llevé varias conclusiones: una es que me parece increíble que tengamos ya la edad que tenemos y que nuestros hijos tengan la edad que tienen. Creo que siempre persiste una una cualidad ilusoria, irreal, en la experiencia de ver madurar a las personas con las que has sido niño.
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Y “ver” es aquí una palabra exacta, porque como a muchos de ellos sólo los veo esa vez en todo el año, puedo “verlos” crecer con toda elocuencia de un año para otro, como una película pasada a cámara rápida.
Otra es que todos tenemos algo que no ha cambiado con los años. A menudo pienso en aquella escena que nos enseñaron en el cole de monjas, de San Pedro recibiéndote en el cielo. Y siempre me imagino que en vez del DNI, eso que no ha cambiado es lo que le deberíamos enseñar para dar constancia de quiénes somos.
Otra es que ser capaz de mantener un grupo de afectos, aunque no conlleven intimidad real, a lo largo de la vida, te conduce a entrar en un modo de relación muy peculiar con el tiempo, con el paso del tiempo, y te regala una clase especial de confianza en la amabilidad del universo.
Y otra es que estos encuentros se han convertido en una metáfora plástica de aquel título de la novela de Milena Busquets, Esto también pasará. A lo largo de la eclíptica que dibujan en nuestra línea vital estos encuentros, hemos visto bodas, fortunas cambiantes en el trabajo, enfermedades, divorcios, fracturas familiares y personales, muertes, nacimientos, cambios drásticos y cambios dulces. Hemos visto de todo. Y todo lo hemos superado, cada uno y en grupo. El grupo ha ido cambiando, polimorfo, como los camaleones cuando el color del paisaje sobre el que están se modifica.
Ha ido surfeando cada ola.
Cada uno de nosotros ha ido surfeando cada ola de su vida. A veces ha costado un año entero, de un encuentro a otro, conseguirlo. Pero al final lo que se comparte en estas citas es justamente eso: cómo ha sido este año nuestra gran ola, y cómo hemos conseguido surfearla.
Cómo nos ha ido surfeando desde que dejamos de ser jóvenes.
Y puesto que todos estábamos ahí, vivos, sanos y juntos, la respuesta es sencilla.
Nos ha ido la mar de bien.
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Con esta meditación de Hora Sexta y la receta de la tarta de nutella regreso a mi blog después de varios meses en el dique seco.
No es casual que haya elegido esta historia para reemprender mi escritura: otra de las cosas que una aprende rápido veloz cuando le toca vivir épocas difíciles, es que la mejor pastillita para mantener la cordura que existe en el mundo es la que se hace juntando bien apretaíto el afecto de todas las personas que te quieren. BESOS PARA TODOS. Y GRACIAS.
Y mientras todo esto se cocinaba a fuego lento, esto otro es lo que hemos comido esta semana: tarta de nutella.