primera luz
· primera luz, mañana de verano ·
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Dentro del sueño, siento una luz de sol sobre los ojos.
Los entreabro.
Hay una columna de resplandor sobre la cama: una luna casi llena brilla alta en el cielo entreverado de malva, como un grumo de escarcha dorada. Me acurruco y ahueco la almohada. Sólo son las cuatro. Madrugada. Vuelvo a dormirme.
Las cinco y media.
Un claror de suero, lácteo, sin cuerpo. Media luz turbia y vacilante, incolora. El aire acuoso, barnizado de aliento de nevero.
Las seis. Aparece el azul.
La creación del azul.
El azul, suave y cerúleo, ensancha el cielo, casi transparente.
Una marea de luz anaranjada brota bajo el horizonte, revelando la línea del cielo de la ciudad.
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Las seis y media.
Los primeros rayos de sol, amarillo pálido, rocío de limón.
La primera rejilla de sol sobre la pared blanca, entrando en la habitación como una visita sigilosa, de puntillas, encendiendo fueguitos en las paredes.
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Las siete menos cuarto.
El cielo claro como una joya.
El azul se encarna, henchido y saturado.
La luz se tiñe de coral.
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.La cristalera del cimborrio de la cúpula azul se prende con un rubor de llama sonrosada.
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El sol asciende sobre el horizonte, naranja, cegador, envuelto en un vapor ígneo y tembloroso.
.Si me quedo quieta unos minutos en la terraza, puedo contemplar a simple vista el arco ascendente que describe el cielo. Sus rayos lamen las paredes y los ventanales de las casas al alcanzar su altura, tornasolándolas. Los cristales de la finca vecina se encienden, fósforo de coral lanzando chispas blandas.
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Las siete y media. El azul se aclara y se ilumina, transitado de luz.
El cielo se adelgaza como una malla que dejara pasar la claridad a su través.
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Se levanta una brisa guatada de humedad nocturna, hilos de lozanía en el aire blanco.
Su melena cobriza se desfleca contra el cielo turquesa, ancha y ligera.
El jazminero derrama su perfume oleoso, esencia de verano, cabeceando en el viento: durante un largo rato, hasta que el sol impone su palabra, el perfume levita sobre la brisa, firme como un barniz, vívido y vibrante.
Se oye, lejano y marino, el graznido gutural de una gaviota.
La mañana tersa como un pétalo, aún sin estrenar, crujiente de frescor.
Quietud completa.
El primer trino. Solitario. Melodioso. Es un mirlo.
Cada mañana el mismo mirlo, abriendo su canto desde el mismo lugar. Puro y solitario, resuena dentro de la mañana como el gorgoteo del agua en una gruta.
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Las 8. Llegan las golondrinas.
Vuelan en arcos veloces envolviendo la plaza con lazadas invisibles, dejando ver sus torsos de terciopelo blanco.
Gritan, y sus chillidos, que a nosotros nos parecen alegres, suenan a algarabía de recreo.
Prrrr prrrr prrrrr.
Y luego un trino largo y estridente, pitidos vigorosos entrecruzándose en el aire como líneas de libreta.
La quietud de la mañana se parte, alas negras cortando la esfera azul en tiras de cielo, cuchillos raudos con filo de azabache.
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Vuelan en grupos sobre el techo de mi terraza, cruzando bajo el sol. El toldo blanco, oscilante de brisa que huele a mar, recibe sus sombras como lluvias de flechas.
La mañana desplegada y enhiesta.
Abierta como una fruta madura.
Toda para mí.
Delicia pura.
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Promesa pura.
Qué felicidad.
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Y mientras todo esto se cocinaba a fuego lento, esto otro es lo que hemos comido esta semana: pastel de chocolate.
… y en nada esos pajarillos de apenas 30 gramos volarán y volarán y volarán… Miles y miles de kilómetros. En apenas unos días esperaremos su vuelta.
Besos.
P.S. Aunque antes llegarán las fresas ^___^
No hay nadie más rápido que tú. : ) Sí, llegarán las fresas y entonces yo me acordaré de que tú me recordaste que enseguida llegarán a la plaza los amiguitos de color azabache. ¡Muy feliz domingo! Besos!