hacer la Navidad
· fabricantes de Navidad ·
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He tenido la suerte de que en mi familia, cuando yo era niña, hubo quien tenía el gusto de ponerse cada año a fabricar la Navidad.
Es una gran suerte ser niño y tener a mano a algún fabricante de Navidad. No abundan, pero los que hay asientan leyendas en cada casa.
Yo tenía a mi abuela, con sus pastelitos del día del sorteo y la sopa de espárragos blancos, a mi padre, gran hacedor de portalitos de Belén, y a mi tía Elisa, Elisín, como la llamaba su madre, con la carne trufada, el pollo relleno y el huevo hilado.
Hacían una buena tropa.
Este año mi padre me ha regalado uno de sus antiguos portalitos de Belén, que yo he terminado de «naturalizar» a mi gusto campesino con ramitas, espigas de trigo, granos de arroz, granadas secas, y toda clase de pequeñas maravillas recogidas en paseos por el bosque.
Este año yo, como antes ellos, me he colocado la capa mágica orlada de chispas y he colgado mis bolas de Navidad sobre árboles reconstruidos con ramas secas, iluminados de noche con lucecitas feéricas, y he «plantado» mi Belén. Tenía una alerta en Todocolección hace años ayudándome a buscar uno de los Belenes que se ponían en nuestra casa familiar, en los primeros tiempos, los mejores: uno de los belenes infantiles de Manuel Ortigas de 1958, una auténtica belleza a medio camino entra el naïf y la estilización minimalista, pintado con aterciopelados esmaltes mates de colores terrosos. Y este año, un par de meses antes de Navidad, apareció uno idéntico a aquel, casi nuevo, en su preciosa caja original.
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Así que este año he hecho de mi padre y he «plantado» ese Belén que es como un salto en el tiempo en esta casa donde no creemos.
Que es como viajar al pasado en una máquina del tiempo casera para encontrarte contigo misma y darte un gran abrazo.
Un signo que se convierte en un lazo que cierra nuestra historia, ahora que mi padre cumplirá, el primer día del año, 84 años, y la convierte en circular. Circular, es decir, eterna. Eterna, es decir, a salvo de todo, suspendida en el tiempo para siempre.
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Ellos tres. Mis hadas madrinas de la ingenuidad, la inocencia, la alegría gratuita, la creatividad.
Artesanos fabricantes de ilusiones pequeñas, sencillas y muy puras.
Diestros conserveros embotando los frágiles espejismos de la magia vista por los ojos de un niño.
Supongo que fue de ellos de quien aprendí que la Navidad se hace.
Para uno mismo y para otros.
Cuando llega diciembre, lo que más me gusta es buscar a una de esas criaturas que aún saben cómo se fabrica la Navidad, y ponerme bajo sus palmeras de fuegos de artificiales.
Dios los bendiga, a todos ellos, hacedores de magia, calor y Navidad.
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¡Muy Feliz Navidad para todos!
Y mientras todo esto se cocinaba a fuego lento, esto otro es lo que hemos comido esta semana: frambuesas en cofre.