bandas sonoras
Los sonidos del verano. Cada uno tiene los suyos. En eso el verano se parece a las Navidades, está lleno de criptogramas sonoros que pulsan el corazón.
Mi historia íntima con el verano escrita en música:
el claxon del seiscientos de mis padres que sonaba tres veces cuando tomaban la última curva antes de llegar a aquel chalet solitario, cada viernes de julio por la noche.
el rumor rítmico de las olas por la tarde, cuando el sol se ponía, el mar se convertía en una lámina de nácar rosado y el ronroneo vivaz se convertía en chapoteo.
hojas de palmeras batiendo, con su música filosa de agua y paja.
el sonido de las hojas de los libros nocturnos rozando con la sábana al deslizarse sobre mis rodillas.
una sartén con marina crepitando lista para ser colocada en un bocadillo y mi abuela gritando, niños a cenar!
el chasquido de las ciruelas amarillas al morderlas recién cogidas del árbol, dulces y crujientes, la explosión de zumo resbalando entre los labios.
el viento entre los pinos rodenos, el crujido de la pinocha rubia al mediodía, que olía a savia y a trementina.
el vuelo silencioso de las luciérnagas, como copos verdes flotando en la noche fresca y oscura, mientras cantaban los grillos.
la cortina de música de lluvia con que nos confundía el viento cuando atravesaba las higueras.
el chasquido de la vara en las ramas altas de las higueras al recoger los higos.
el borboteo del mar junto a mi oído antes de dormirme en el barco, que se balanceaba como una cuna y dejaba pasar la luz de una constelación de estrellas por la escotilla sobre mi cabeza.
voces, juegos y y braceos atenuados en la piscina cuando ya se ha hecho de noche.
el latido de las olas al despertarme por la noche, respirando aire salitroso que envolvía las sábanas y la piel de humedad marina.
los gorriones y las golondrinas piando al despertarme.
el ruidito seco que hacen los saltamontes al saltar sobre las matas de romero.
el agua de los arroyos en la montaña, con su música de abundancia y potencia adolescente.
Y música de besos.