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Escrito por el Dic 24, 2017 en liturgia de las horas | 0 comentarios| etiquetas: con flores en el pelo, gobernar la vida, infancia, Navidad, sororidad, tristeza

some flowers in your hair

· be sure to wear some flowers in your hair·

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Hace unos días tuve un sueño.

Era la Nochebuena, y andábamos en la noche fría y oscura de los años sesenta hacia la Misa de Gallo en mi colegio.

La noche dentro de la que camino está ribeteada con la gravidez del misterio.

Una atmósfera antigua y sacra la rodea.

El colegio está oscuro y desconocido. Hoy no somos alumnas. Formamos parte de algo importante y especial. Esa noche no entramos por la puerta de los días del cole, sino por la puerta íntima de las celebraciones, y solo por eso ya nos sentimos diferentes, parte de una familia más grande, que nos acepta, nos acoge y nos reconoce como miembros reales.

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El ambiente es festivo pero recogido, reverente, de alegría no mundana, no trivial.

La iglesia está iluminada con el centelleo suave de muchas velas.

 

Hay grandes manojos de flores blancas a los pies de la hornacina con la virgen joven de larga melena ondulada, envuelta en un manto azul, pisando con suavidad una nube mullida. Lirios y azucenas profundamente perfumadas que destilan su alcohol fuerte y dulce en la penumbra acogedora.
Retiradas en los bancos del coro, en el piso superior de la iglesia, fuera de la vista de las familias y de la comunidad religiosa que está sentada en los bancos de la iglesia, el coro despliega sus voces para dar la bienvenida a la congregación.

La voz asciende como un zarcillo de volutas de mirra, envolvente, etérea, subyugante.

Todo el clima de la pequeña iglesia se transforma. Es un milagro alquímico que hemos vivido muchas veces, y que esta noche se multiplica bajo el hechizo de las velas, las flores, el incienso encendido, la sensación de rito de paso que la oscuridad y el hondo silencio respetuoso propician.

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Cantamos.

Cantamos cuanto hemos aprendido cantando cada noche de jueves desde hace muchos meses.

Las voces ascienden hacia el cielo como humo perfumado.

El coro está adornado con ramas de pino y acebo, las niñas más pequeñas van vestidas de blanco y llevan coronas de muérdago y blancas campanillas de junquillo en las manos.

En la oscuridad que las velas animan con reflejos de fuego, mi mirada reposa sobre las niñas que cantan y al mismo tiempo se aleja de ellas, se desenfoca.
Muchas de esas niñas que parecen ángeles celestes viven en familias frágiles donde se sufre.
Sé que su sufrimiento tiene muchas clases diferentes. La mayoría invisibles.

Muchas de ellas llevan una de esas clases escrita en sus pequeños ojos de gacela.
La tristeza pesa en sus vidas como una mochila llena de piedras cosida en su espalda.

Y entonces veo sobre cada una de esas niñas que sufren una llama azul, como las lenguas de fuego del Pentecostés.

Largas lenguas azules que titilan como espíritus benéficos, iluminándose como si palpitaran.

Mientras las voces nos envuelven y nos hacen cerrar los ojos y temblar por dentro, las llamas se adelgazan y ascienden, y forman sobre ellas una gran cúpula de luz azul.

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Una a una, veo cómo las niñas traspasan la cúpula como si salieran a la superficie del mar, tomando bocanadas alegres de aire nuevo.

Y en el clima de aurora que hay sobre la cúpula evolucionan en el tiempo, como una imagen pasada a cámara rápida: bailan en el aire y ya tienen 14 años, 16, 18, 20, 25, 35, 40…

Y en medio de su baile las veo desprenderse de su tristeza de gacela herida, unas antes y otras después; la cogen delicadamente con las manos y la depositan en el suelo, junto a ellas, y se echan a corretear alrededor, como si de repente fueran tan ligeras que el aire las llevara.

Poco a poco, todas se van tomando de la mano y forman un gran corro.

El gran corro danza, todas son ya mujeres, tienen ojos maduros y dulces y llenos de un gozo claro y poderoso.

Las piedras que las niñas dejaron junto a ellas se encienden y lanzan chispas verdes.

Se han convertido en cenizas.

De las cenizas brotan grandes flores blancas, como las que estaban al pie de la hornacina de la virgen.
Las mujeres cortan esas flores y unas a otras se entrelazan el pelo con ellas.

Han transmutado la tristeza que heredaron en un gozo florido, suyo propio, fruto de su propia magia.

Todas ellas están juntas en este círculo mágico. Ya no importa de dónde vienen, aquella mochila que portaban, sino a dónde van, con flores en el pelo, todas juntas.

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Cuando despierto de este sueño, que más que un sueño parece una visión, sé que yo soy una de las niñas marcadas con llamas azules.

Y lo entiendo todo, todo, de golpe.

Veo, siento, reconozco, el sufrimiento de mi infancia. Todo lo que no está en la historia oficial de mi familia. Veo, reconozco, comprendo, la marca del desamor en mi vida.

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Veo, como desde muy lejos, la toxicidad con la que he convivido y que me ha moldeado, como quien escribe con tinta china y termina con los dedos manchados.

Entiendo cómo ese desamor, cómo ese vacío esencial que ocupaba el lugar que debía haber ocupado el calor y la seguridad del amor, prefiguró tantas cosas equivocadas que pasaron después.

Lo leo todo de golpe con una nueva lucidez, como quien lee un cuento hasta el final.

 

 

Sin embargo hoy lo importante no es eso.

En este año extraordinario en que he aprendido sobre mí misma y sobre mi historia quizá más que en ningún otro año de mi vida, lo importante es la compañía, el círculo de llamas azules.

Lo importante hoy es ver que han sido ellas, las otras niñas, las otras mujeres que peleaban por saber, por comprender, por dejar de sufrir, por salvarse, por gobernar sus vidas, por darles significado, las que han dibujado entre todas, regalándome pistas, mi camino.

Las que he conocido en persona y las que me han brindado sus libros.

Al final ha resultado que hacerse mujer era un proceso que no se hacía en soledad, aunque una sintiera que así era: era un bordado que formaba parte de un tejido mayor.

Y así me veo hoy aquí, en este lugar de luz en el que me siento ahora, acompañada de tantas mujeres valientes y amorosas que han hecho el camino conmigo.

Todas iluminadas, casi sabias, ligeras y en flor, como si hubiéramos regresado, muchos años después, a la juventud resplandeciente de las muchachas con flores en el pelo*.

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*…be sure to wear some flowers in your head

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Gracias queridas, a todas vosotras. A las que os sabéis aludidas y a las que no lo podéis ni imaginar.

Gracias gracias gracias.

Muy feliz Navidad para todos.

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 Y mientras todo esto se cocinaba a fuego lento, esto otro es lo que hemos comido esta semana: abeto de Navidad.

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