look and cook
«La mejor comida que he probado nunca es una que comía a menudo. Me la preparaba mi madre para el almuerzo en el colegio. Muchos días yo llevaba el mismo almuerzo que mis compañeros, pero algunas veces mi madre ponía una salchicha en un termo, la cubría con agua hirviendo y cerraba bien la tapa. Ponía mostaza en un panecillo de perrito caliente, lo envolvía en papel encerado y colocaba todo en mi fiambrera.
A la hora del almuerzo, yo abría el termo, sacaba la salchicha, sorprendentemente caliente, y la ponía en el bollo. Y era la envidia de todos mis compañeros. Otras veces mi madre preparaba mis sandwiches en rebanadas de pan congelado, para que cuando llegara la hora de comerlos el pan se hubiera atemperado y estuviera muy blandito. ¡Pero ni siquiera los sandwiches se podían comparar con el perrito caliente!»
Tina Davis
Nuestra relación con la comida atraviesa toda nuestra infancia y deja sobre los recuerdos que guardamos marcas tan claras como pisadas sobre arena mojada.
La comida es uno de los grandes placeres de la infancia, esa etapa vital en la que el equilibrio de nuestro cuerpo evoluciona desde la más absoluta sensorialidad hacia una participación más equitativa de los sentidos y el intelecto, con sus nuevas capacidades simbólicas y de abstracción.
Pero quizá porque provenimos de esa primera etapa profundamente sensorial, los sabores y los aromas de la primera infancia nos acompañan para siempre, proporcionándonos a lo largo de los años repetidas entregas de deleite.
Las comidas que se nos quedaron grabadas en aquellas tardes de mesa de formica, mantel de hule y sillas a las que había que auparse mantienen una perfumada impronta cultural.
Se sabe desde antiguo que lo último que perdían los pueblos sometidos o colonizados eran sus costumbres alimenticias, y algo muy similar pasa con nuestros platos de infancia a lo largo de nuestra evolución como personas: por mucho que cambien nuestros hábitos alimenticios, el aura de delicia y bienestar que protege la comida de infancia nunca desaparece.
Comida de infancia: una constelación de alimentos, pero sobre todo, de recetas, que ha ido ganando personalidad ontológica hasta convertirse en un arquetipo para el que las lenguas reservan sus propios vocablos (en inglés, childhood comfort food, childhood favourites).
Éste es otro de mis libros de cocina preferidos sobre la comida de infancia: un libro dictado por niños y hecho para niños que tienen ganas de meterse en la cocina.
Aliñado con evocadoras ilustraciones de los años 40, 50 y 60, aquí están todos los clásicos de la infancia americana feliz: patatas al horno, patatas rellenas de salchicha, salchichas envueltas en pan (pigs in blankets, literalmente, cerdos en sábanas), espaguetis con albóndigas de carne, mac&cheese, hamburguesas, pastelitos de salmón, maíz en la mazorca, puré de patatas, sopa de guisantes, muffins de arándanos, tostadas francesas, tortitas, brownies y, por supuesto, pastel de manzana y pastel de calabaza.
Incluye varias secciones prácticas sobre seguridad en la cocina, medidas, accesorios y consejos generales sobre cómo cocinar arroz, pasta… y otras simples delicias de las que adoran los niños.
Un bonito libro para disfrutarlo en esas tardes lluviosas en las que ese armario que tenemos ahí dentro bien cerrado entreabre la puerta, asoma la voz y nos pide unas patatas rellenas humeantes desmesuradamente coronadas de queso, como nos gustaban cuando niños…
Look and Cook: a cookbook for children.
Tina Davis. Stewart, Tabori and Chang, 2004.
Fer, precios@!