llenar la nevera con asombro
El sábado por la noche, en facebook, un amigo colgó un comentario en el que venía a decir que a pesar de las elecciones europeas y del partido de la Champions, se había puesto a llover y eso se había convertido en la noticia de la noche. Y terminaba diciendo: hemos de volver a la naturaleza.
Por aquí no hemos visto lluvia en todo el invierno, ni en el otoño, ni apenas en lo que llevamos ya de primavera. Así que mi amigo tenía razón: de repente empezó a llover, todos nos asomamos a las ventanas y la lluvia se convirtió en el verdadero festejo de la noche.
Ayer Google nos daba los buenos días como un bonito doodle azulado lleno de animalitos que honraba la memoria de Rachel Carson. Aquí no es un personaje muy conocido, pero en América Carson es una casi una leyenda.
Se la considera la iniciadora de los movimientos ecologistas, y en realidad es la persona que provocó de forma más directa, tras denunciar los peligros para las personas y el medio natural del uso indiscriminado del DDT, los principios de la reglamentación para la protección del medio ambiente.
Rachel Carson era una mujer sin ningún deseo de protagonismo con una capacidad extraordinaria para sentir la belleza y el misterio de la Naturaleza. Y también para contagiarlos.
Fue una investigadora sobresaliente, pero muy posiblemente, lo que la hizo llegar tan lejos cambiando la mentalidad de la gente sobre la necesidad de poner límites a las industrias para proteger los ecosistemas fue su capacidad para transmitir el sobrecogimiento que a ella le inspiraba el contacto íntimo con la Naturaleza.
En su libro más conocido, La primavera silenciosa, Carson recrea con un lenguaje intensamente poético y a la vez asequible y riguroso la posibilidad de llegar a una primavera sin cantos de pájaros.
La alarma social que produjo este libro fue el principio del agitado debate público sobre los pesticidas que llevó a la aprobación de la primera Ley Nacional de Protección Ambiental, cinco años después de la muerte de Carson, a los 54 años. Esa ley fue la precursora de toda la legislación ambiental americana (y después de la europea).
Además de sus grandes libros, Carson escribió un librito que es como un delicado trabajo de orfebrería, y que es uno de mis libros preferidos.
Se llama The Sense of Wonder (el sentido del asombro).
Wonder es una palabra que tiene un doble matiz; por un lado significa maravillarse, y por otro, significa preguntarse, interrogarse, sentir curiosidad por conocer algo.
Ese doble matiz es importante, porque para Carson la sensación de prodigio y maravilla es la que asienta definitivamente en las personas el deseo de conocimiento.
Y la sensibilidad para la maravilla no es la misma en todas las épocas de la vida. En The Sense of Wonder Rachel Carson nos explica por qué para ella la infancia es la etapa clave en la relación del hombre con la Naturaleza, la etapa en la que se decide si la relación será íntima y vital o, por el contrario, será como mirar postales desde lejos.
En este libro Carson defiende que la única manera real de conseguir una protección eficaz y duradera de la Naturaleza, es sacar a los niños cuando son pequeños y enseñársela.
No para que aprendan cosas, sino para que la experimenten, para que la sientan.
Porque esa primera experiencia sobre la mente esponjosa del niño generará un sentido del asombro que le acompañará toda su vida, y le mantendrá vitalmente cercano al sentido auténtico de ser hombre y estar vivo.
Y porque le infundirá la clase de amor que hace que de forma natural desees proteger lo que amas.
«¿Cuál es el valor de conservar y fortalecer este sentido de sobrecogimiento y de asombro, este reconocer algo más allá de las fronteras de la existencia humana? ¿Es explorar la naturaleza sólo una manera agradable de pasar las horas doradas de la infancia o hay algo más profundo?
Yo estoy segura de que hay algo más profundo, algo que perdura y está lleno de significado. Aquellos que moran, tanto científicos como profanos, entre las bellezas y misterios de la tierra nunca están solos o hastiados de la vida. Cualquiera que sean las contrariedades o preocupaciones de su vidas, sus pensamientos saben encontrar el camino que lleva a la alegría interior y a un renovado entusiasmo por vivir. Aquellos que contemplan la belleza de la tierra encuentran reservas de fuerza que durarán hasta que la vida termine.»
«Si yo tuviera influencia sobre el hada madrina, aquella que se supone preside el nacimiento de todos los niños, le pediría que le concediera a cada niño de este mundo el don del sentido del asombro, tan indestructible que le durara toda la vida, como un inagotable antídoto contra el aburrimiento y el desencanto de años posteriores, la estéril preocupación por problemas artificiales, el distanciamiento de la fuente de nuestra fuerza.»
Cada vez estoy más segura de eso. Gran parte de nuestra infelicidad y de nuestras disfunciones como personas, vienen de nuestra vida de intercambio de postales con la Naturaleza.
Si hay algo que no tuvo la vida de Rachel, fue ese mirar nuestro a una larga ristra de postales:
«Unas pocas luces ardían en las cabañas. Aparte de esto no había nada que nos recordara una presencia humana; mi acompañante y yo estábamos solos con las estrellas. Nunca las había visto tan hermosas: el río brumoso de la Vía Láctea fluyendo a través del cielo, los dibujos de las constelaciones, brillantes y nítidas, un planeta centelleante más abajo en el horizonte. Una o dos veces un meteorito se consumió en su camino hacia la atmósfera de la Tierra.
Se me ocurrió que si esto pudiera verse sólo una vez en un siglo o incluso una vez en una generación, este cabo estaría atestado de espectadores. Pero como lo podemos ver muchas decenas de noches en cualquier año, las luces arden en las cabañas, y los habitantes probablemente no otorgan ningún pensamiento a la belleza sobre sus cabezas; y porque pueden verlo casi cualquier noche, quizás no lo verán nunca.»
Mi amigo tiene razón. Hay que dejar las postales en un altillo, y regresar a la Naturaleza…
(Y siempre podemos llevarnos la comida…!)