el amor en realidad
· otro bautismo ·
Esta Navidad, una vez más, he visto Love Actually.
Es una cosa que suelo hacer en Navidad, porque para mi paladar tiene el punto justo de almíbar con el que rebozarse en espíritu navideño. (Como hay confianza ya podéis sacar conclusiones de mis rituales navideños preferidos: Mickey Mouse en Cuento de Navidad y Love Actually. : )
Al grano. Esto lo digo porque últimamente me siento muy identificada con lo que cuenta el personaje de Hugh Grant en Love Actually cuando la peli arranca:
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«Siempre que me siento pesimista por cómo esta el mundo, pienso en la puerta de llegadas del aeropuerto de Heathrow. La opinión general da a entender que vivimos en un mundo de odio y egoísmo, pero yo no lo veo así. A mí me parece que el amor está en todas partes. A menudo no es especialmente decoroso ni tiene interés periodístico, pero siempre está ahí: padres e hijos, madres e hijas, maridos y esposas, novios, novias, viejos amigos. Cuando los aviones se estrellaron contra las torres gemelas, que yo sepa ninguna de las llamadas telefónicas de los que estaban a bordo fue de odio y venganza, todas fueron mensajes de amor. Si lo buscáis tengo la extraña sensación de que descubriréis que el amor en realidad está en todas partes.»
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Eso me pasa a mí.
Es verdad que a menudo vivimos en climas personales tóxicos, que muchas familias son un auténtico peñazo cuando no algo mucho peor, que la mayoría de los ambientes de trabajo son como la guerra fría, que August Strindberg y Tennessee Williams iban sobraos de material disponible para inspirarse y todo eso.
Pero también es verdad y cada vez me sorprende más, me parece algo más fascinante, que contra todo y pese a todo, las personas, y también otras criaturas, se buscan y practican una y otra vez la aventura de la distancia más corta.
Todo el mundo desea sentir amor y desea alcanzar intimidad. Y de hecho persiguen posibles afinidades sin parar, fabrican entendimientos con esfuerzo y con unos gramos de suerte añadida logran alcanzar esa intimidad.
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Y como no somos tan distintos del resto de nuestros congéneres animales como nos gusta pensar, pues en esto tampoco.
Cada vez que veo una foto con un jirafa, un caballo, un cordero, besando a su bebé, se me detiene un poco el corazón.
Recuerdo entonces esa maravilla, ese milagro improbable que es tener intimidad genuina con alguien, ese nido caliente donde uno se ahueca como un pájaro. El efecto transformador que la intimidad tiene sobre cada uno de nosotros. Cómo nos hace florecer, expandirnos, desplegarnos, brillar.
A veces pienso que es como una jugada astuta que le hemos gastado a la Naturaleza. Ella quería colaboración y sexo y nosotros le hemos dado algo mucho más poderoso y sofisticado: hemos inventado el amor.
En esta época de mi vida me imagino el ciclo de la vida como un diagrama de flujo cuya meta es ese florecer fascinante y espectacular de cada uno bajo la experiencia del amor.
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Las oportunidades empiezan de bebé. Pero cuando una oportunidad se malogra y la persona no consigue ese ambiente templado, cubierto y rico que necesita para florecer, la semilla, que en nuestra especie es viajera, como esos abuelitos que se desprenden de los cardos y los dientes de león, busca nuevas oportunidades.
Espera y espera, a cubierto o viajando. Exponiéndose al clima una y otra vez y siendo perfilada y madurada por él, hasta que un día, no importa si ya han pasado muchos años, la oportunidad llega.
Si la semilla es vieja, quizá necesite recibir más energía durante más tiempo para florecer.
Pero lo hará. Sin duda.
Solo quienes terminan su ciclo vital sin encontrar esa oportunidad cumplida se llevarán consigo el secreto de cómo podían haber sido si el amor los hubiera ungido con su infusión de conjuros y resucitaciones.
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Somos una cajita de música que llega al mundo cerrada.
Su destino es abrirse, y comenzar a sonar.
Y lo que consigue que la caja se abra es el contacto mágico con el amor profundo y personal, el amor de un uno a otro uno.
Es el regalo de otro.
La llave la tiene siempre otro.
Después será solo tuya, pero en el principio (al principio era el verbo, la palabra de otro que te da un nombre con el que existir), al principio la tiene siempre otro.
Por eso, además de los padres tendremos abuelos, tíos, primos, sobrinos, novios, maridos, compañeros, maestros. Necesitamos tener a mano muchas oportunidades sucesivas, porque fiel a su naturaleza extraordinaria, el amor es delicado y volátil: muchas de esas llaves no alcanzarán la cerradura.
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Pero con una, una sola llave que haga clic, será suficiente. La cajita se abrirá, nuestra música se derramará sobre el mundo, y seremos entonces nosotros, resonantes, quienes habremos heredado la llave con la que desencadenar la apertura de otras cajitas…
También el amor a Dios, el amor místico, el amor a una causa, el amor al conocimiento, lleva dentro una fuerza de imaginación carnal y pasional que consigue pronunciar ese conjuro, hacer ese papel.
El del baño de amor.
El bautismo de amor.
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Siempre hay un alguien que nos abre la verdadera puerta de entrada al mundo.
Ése que nos recibe con un baño de amor.
Ése que nos bautiza con el agua absoluta de un amor sin cálculo.
Antes solo somos invitados. Después somos socios copropietarios: el mundo es nuestro.
El baño de amor nos regala el gozo de sentir que somos bienvenidos, que el mundo es nuestra casa.
Estamos diseñados biológicamente para conectar, pero el amor es como un afloramiento, como una trufa inesperada, un hongo sobrevenido que inopinadamente se convierte en un tesoro. El amor es una anomalía.
Es la gran sorpresa, el gran imprevisto, el gran hacedor.
El revolucionario. El imprescindible.
Porque la vida va de eso. No de éxito, prosperidad, abundancia, poder, prestigio.
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Va de amor. De amor y conexión.
Va de comprender la forma de la red de la que formas parte, de comprender cómo evoluciona, y de ser también tú quien ayuda a que esa red tome forma y añada nodos nuevos. Va de crear redes de conexión, empatía y circulación de energía vital.
Hago balance: cuento las monedas de mi amor.
Y veo que tengo ahorros. Mis finanzas son sólidas, mis inversiones están cuidadas y abonadas: no hay trabajo de amor perdido.
Me siento afortunada. No hay mejor seguro contra el frío…
Feliz semana a todos!
Y mientras todo esto se cocinaba a fuego lento, esto otro es lo que hemos comido esta semana: hervido.