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Escrito por el Feb 27, 2014 en liturgia de las horas | 0 comentarios| etiquetas: all you need is love, amor del bueno, el jardín secreto, lujo cotidiano

una de pócimas y sortilegios

Llevamos juntos tantos años.
Si lo traduzco en porciones de mi vida, llevamos juntos más de un cuarto de mi tarta.
Son muchos días puestos uno encima de otro.
Los primeros días, aquellos días gozosos que ni siquiera parecían reales.

Mallorca. Sos Ferrers d en Morey

Yo me levantaba media hora antes de lo necesario para fregar los platos de la cena, ordenar la casa, pararme a ver el cielo enrojecido del amanecer de verano y permitirme el lujo de darme la vuelta antes de marcharme, antes de salir por la puerta hacia el trabajo, y mirarla así, tan bonita, limpia, tranquila, amable. Tan mía. Mi casa.
Tú venías después conmigo, nos sentábamos en la terracita, hablábamos y hablábamos hasta que se levantaban las estrellas.
Cuando estábamos juntos apenas corría aire entre nosotros.

Hemos hablado y hablado, tantos años. Años y años en los que lo más importante era esa conversación íntima que reordenaba todo nuestro mundo.
Nos ha pasado de todo, pero quizá ha sido el rumor de esa conversación el que nos ha mantenido enteros y de pie.

Este año se celebra el aniversario de Cortázar, y he leído algo que me impresionó sobre su relación con Aurora, su primera mujer, la que, dibujando una de esas increíbles acrobacias del destino, volvió a mudarse a su casa y le cuidó cuando él enfermó definitivamente, un año después de que su tercera mujer, que era casi veinte años más joven que él, muriera. Dice su amigo el escritor Saúl Yurkievich que Aurora y Julio «formaron desde el principio esa pareja amorosa que sabía como nadie enriquecer constantemente su complicidad».

«Por el momento A. y yo damos más bien la impresión de dos camaradas que arriman el hombro (el de ella me da en las costillas) para que las cosas sean más divertidas y verdaderas.
Tenemos una buena costumbre: estamos de acuerdo en casi todo lo fundamental, y discutimos como leopardos sobre lo nimio. En esa forma desahogamos los humores sin malograr nada de lo que cuenta.»

Camaradas. Compañeros. Amigos.
Últimamente pienso mucho en cuál es el secreto que permite que la complicidad profunda se renueve dentro de una relación larga.
Y no lo sé.

Pero creo que a veces lo intuyo.

Intuyo que el secreto es ése: no se puede dejar de ser camaradas.
No se puede dejar de mirar al otro con esa mirada que te descerraja cuando te cae encima.
No se puede dejar de desear mantenerte abierta en canal para el otro por mucho que la tristeza de todas las batallas que perdemos con la edad nos tiente a replegarnos dentro de una valva.

Vivir uno frente a otro, en la verdad de lo que somos.

Y aprender a dar un trato de privilegio a esa pequeña llama extraordinaria y misteriosa (porque el tráfago de la vida cotidiana -niños, padres, trabajo, ansiedad, miedos, fracasos, frustraciones, obligaciones de toda clase- puede volverse muy caníbal).

Matarranya. Beceite

Estos días he vuelto a oír un disco que escuché como un mantra hace muchos años, en la época en que estaba a punto de cambiar de piel. Y me ha parecido al oírlo, con la claridad del agua fría que cae sobre una mano ardiente y te hace entender que tienes fiebre, que el amor es, finalmente, lo que te desayunas cada día si el día anterior supiste elegir cómo sembrar esa delicada, fragante, opulenta semilla.

El problema no es
darle un hacha al dolor
y hacer leña con todo y la palma
el problema vital es el alma
el problema es de resurrección
el problema, señor, será siempre sembrar amor…

Silvio Rodríguez, El problema

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