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Escrito por el Abr 23, 2020 en liturgia de las horas | 1 comentario| etiquetas: crecer, despertares, espíritu nutricio, hacerse mayor, maravilla

un Kondo espiritual

Las personas jóvenes son como los barcos, señor Talbot: no deciden su suerte, ni su destino.

Cuerpo a cuerpo. William Golding.

 

Un buen amigo que sabe de qué habla me dice a menudo que la felicidad a partir de una edad está muy relacionada con quitar lo que sobra.

Como si hubiera una rotonda girando en dos sentidos: hasta la mitad de la vida, mientras la persona se construye y construye su «casa» interior y exterior, la felicidad tiene que ver con buscar, encontrar e incorporar cosas.

Tenemos menos y vamos hacia más, y eso es lo natural, eso es crecer.

Después, pasado el momento de la mitad de la vida, cuando ya hemos definido lo que somos, tiene más que ver con deshacerse de las cosas que hemos incorporado o nos han incorporado y que llegado a ese momento nos estorban. Después, menos (menos de algunas cosas) es más.

Después se trata de seleccionar lo mejor, y dejar ir el resto.

Cuanto mejor sea la selección que conseguimos hacer en nuestra vida, cuanto más exactas y armónicas sean las cosas con las que nos quedamos, más sencillo será estar cerca de la felicidad.

Dicen que somos el reflejo de las cinco personas con las que pasamos más tiempo.

Pues esto es algo así: lo que somos, y la felicidad que sentimos, tiene que ver con las cosas que elegimos dejar dentro de la caja.

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Cuanta más limpieza, más orden, más llena está la caja de cosas que nos convencen plenamente, cuanto menos miedo tenemos de elegir y vaciar, más brillo y equilibrio sentimos. Cuanto más valientes somos, más ganamos.

Cuanta más confusión, barullo de cosas dejadas por si acaso y mezcla de cosas que te gustan más y que te gustan menos, más noria de sentimientos habrá en cada día.

Creo que a esa clase de libertad, que consiste en poder elegir sin condicionamientos ni conscientes ni inconscientes, sólo se llega en la madurez. Hay que dar hachazos a muchos cabos para que nuestro barquito pueda trazar su propio rumbo. Y a veces, antes incluso de poder coger el hacha, hay que pronunciar conjuros que vuelvan visibles algunos de ellos, cabos embrujados ocultos en nuestros territorios oscuros.

Muchas veces ahora hago un ejercicio.

Con la práctica he llegado a percibir ese momento preciso en que después de despertar (después de haber perdido por unas horas la conciencia de mí misma) me visto de nuevo de mí misma. Me infundo dentro de la personalidad que pienso y siento que soy.

La personalidad es una construcción.

No es algo que tiene una forma fija. No son las tablas de la ley.

Son nuestras expectativas actuales sobre nuestras relaciones y sobre nuestros «negocios», es el mapa interior que nos coloca en relación con cada persona que conocemos y son las instrucciones casi inconscientes que cada día nos damos a nosotros mismos sobre lo que hemos de hacer en cada uno de esos campos.

Cuando nos despertamos por la mañana todo ese complejo manual de instrucciones, decisiones, percepciones y sentimientos sobre el lugar que ocupamos en el mundo está en suspenso, levita por encima de nosotros, como la sombra de Peter Pan antes de que Wendy se la cosiera.

Digamos que por unos instantes uno aún no es nadie.

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Pues he aprendido a retrasar el momento de volver a enfundarme ese traje, de volver a «ponerme» mi personalidad.

Es un momento sin gravedad, en el que se percibe el inmenso alivio de la falta de peso, la ligereza de la flotación agravitacional.

Ahí, uno no tiene obligaciones, ni deseos, ni expectativas, ni guerras en curso, ni fortuna ni deudas, ni remordimientos ni decepciones ni esperanzas. Por unos instantes, uno es absolutamente libre, y flota dentro del tiempo como una nubecita.

(Es el ejercicio del ahora también. Cuando estás completamente centrado en pelar una zanahoria, la personalidad está suspendida. Tú eres la zanahoria. La personalidad es una conversación y una proyección. Si la detienes, sólo queda el ahora. Mindfulness es eso).

Es un gran ejercicio.

Te proporciona un gran descanso.

Un gran alivio reparador de la energía.

Y sobre todo, te proporciona perspectiva.

Puedes ver tu «traje» desde fuera.

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Y entonces, antes de ponértelo, cuando ya tienes mucha práctica, cada día puedes pensar: ¿aún me gusta el color de esta chaqueta?

¿Puedo imaginarme siendo atrevida en vez de tímida? ¿Cómo sería?

¿Siendo alocada en vez de seria? ¿Siendo payasa en vez de formal?

¿Siendo valiente, orgullosa, arriesgada, aventurera?

Porque si puedes imaginarlo, puedes hacerlo.

Puedes romper las tablas de la ley.

Puedes cambiar tu «fondo de armario».

Para que no te rigidice. Para no confundir tu ropa con tu espíritu.

Para dejar que la ropa vaya cambiando según cambia tu espíritu.

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Pero entonces… si hay algo por encima de la personalidad, eso que yo llamo el espíritu… ¿qué es eso que está por encima de los «trajes» que nos ponemos al despertar?

 

Pues es la perspectiva que adquirimos al estar fuera del traje unos instantes.

La libertad que nos regala no identificarnos con lo que pensamos que somos, con lo que éramos ayer, para poder acceder a más conocimiento, a más experiencia.

La posibilidad de «ver» lo que está un paso más allá de lo que creemos que somos. Ahí cerquita, a nuestro alcance.

Es el espíritu: la capacidad de evolucionar. La conciencia de lo posible.

Lo humano como algo que pertenece a todos y a nadie y que se perfecciona, se construye, se actualiza. La esencia cambiante del alma humana en movimiento explorando sus límites.

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.Como la paloma que en la imaginería cristiana simboliza el advenimiento del espiritu, que es un aliento. Somos humanos pero también somos el aliento de otra cosa, de algo maleable que evoluciona dentro de la consciencia, que nos conduce más allá en los caminos del espíritu, de lo que es posible. De lo mejor. De lo “divino”. Es decir, de lo más sublimemente humano.

Así, cada día al despertarme, antes de «vestirme» de nuevo de mi misma, puedo preguntarme, y cambiar la respuesta si así lo deseo: ¿cuáles son las 5 personas con las que quiero pasar más tiempo hoy? ¿siguen siendo las mismas que ayer?

Cada día me despierto y elijo no dar nada por sentado.

Ni el amanecer.

Ni la duración de nada.

Ni las rutinas.

Ni el final de las historias conocidas.

Ni los gestos acostumbrados.

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Ni siquiera a mí misma.

Porque así me aseguro de que no voy a perderme nada por llevar las orejeras puestas.

 

· SED FELICES ·

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