totó no quería comer
Cuando era muy pequeña, en un estante de la librería del despacho de mis padres, amontonado junto a otros libros, prospectos y cosas varias, había un pequeño libro de fotografías en color.
Muchos ratos yo me sentaba en la butaca giratoria de la mesa, buscaba el libro y lo miraba de arriba a abajo una y otra vez. Tengo la impresión de que empecé a hacer eso cuando aún no sabía leer, y probablemente lo seguí haciendo cuando ya podía leer las pocas líneas de texto que contaban la historia de Totó.
Ese libro se me quedó grabado en uno de esos pliegues de la memoria que uno no termina de entender bien (¿por qué olvida uno tantas cosas «importantes», y recuerda con tal insistencia un librito como éste? (aunque hoy ya tengo una respuesta: es por el placer. De todos los sentimientos que organizan nuestros recuerdos en cajones y hacen limpiezas generales periódicas con ellos, el placer es el más sentimental y nuestro mejor coleccionista).
Aquel librito me fascinaba.
Y la verdad es que mirado con ojos de hoy, el libro era una criatura bien extraordinaria para su época.
Para empezar, no estaba hecho con dibujos, sino con fotografías. Fotografías de una familia real haciendo su vida normal.
Sin embargo, el color de las fotografías no existe en el mundo real, lo que aumenta nuestra sensación de intensidad al mirarlo.
Además, el librito es un catálogo sentimental de aquella vida infinitamente más sencilla y optimista de los años 60.
Totó es uno de esos niños cansinos que agotan a la familia entera con aquello de hoy como, mañana no. Pero la madre de Totó encuentra una solución razonable para Totó, hecha a la vez de límites y de dedicación. (La autora del texto habla con vocación de psicóloga y el libro es un pequeño manual maternal de autoconfianza.)
Por fin:
«su mamá está contenta, porque Totó come bien y engorda. Sus hermanitos no han de distraerle, y pueden comer despacio y bien. Totó duerme en la cuna. Cuando llega papá, todo está en calma. Hay buen humor en la familia: todos comen y charlan tranquilos. Y el canario, puesto encima de la mesa de la azotea está tomando el sol, y canta, en la jaula azul, limpia y alegre.»
Me gustaba la casa de Totó. Supongo que tenía la impresión de que comparado con la casa de Totó, mi mundo interior estaba muy desordenado!
He buscado ese libro en casa de mis padres docenas de veces, hasta que desistí y con lo poco que recordaba (sólo el nombre del niño y que daba guerra para comer) empecé a buscarlo en librerías de viejo.
Veinte años buscándolo. Y al final hace unos meses lo encontré.
Y el libro llegó a mi casa, y cuando vi a Totó, que no quería comer, comiendo galletas María con pechito, y a su mamá vintage con pelo de presentadora de la tele y zapatillas de ir por casa ribeteadas de leopardo sintético, el corazón me dio un vuelco de deseo satisfecho.
Han pasado cincuenta años desde que el libro se editó, y resulta difícil no quedar impactado con la ingenuidad confiada que desprende la vida que refleja, con esa esperanza tranquila y natural en que el futuro les pertenece y será bueno.
Creo que si hay una definición elocuente de lo que es ser un buen editor, seguramente tendrá que ver con hacer libros tales que una niña que los vio de pequeña pueda pasar cuarenta años de su vida deseando volver a encontrarse con ellos…
Totó no quería comer.
Texto de María Blanca Gil
Fotografía de M. Figuerola Raventós
Colección Fotocolor
Editorial Colón, 1960
Se me había olvidado decirte que me encanta esta nueva casa tuya, este espacio lleno de color y silencio al cual voy a intentar visitar más a menudo. Totó!!he vuelto de tu mano y la suya a la infancia, al paraíso perdido, al lugar donde no pasa nada, al sitio que nos imaginábamos un futuro distinto del actual a ese tiempo de azúcar que como bien dices, el futuro nos pertenecía. Has hecho que entre en mí la nostalgia de esa niña que se resiste a crecer aunque mañana cumpla la friolera de 53 años. Gracias Cuqui por tu tiempo y por tu espacio. Un beso.
Muchas felicidades entonces! Es verdad que son años ya, sobre todo por todo lo bueno que llevamos ya encima y todo lo que sabemos. Ya me dijiste cuando cumplí 50 que sería una buena década, y yo espero de todo corazón que para ti sea un año bueno (lleno de cosas buenas). ¿A que es una preciosidad este librito? Hemos de reservarnos cada día un tiempo de no-hacer-nada-útil, como entonces, para poder pasar en ese paraíso un ratito cada día y que no se nos olvide del todo cómo éramos. Otro beso!
Me parece precioso ese «rinconcito» que acabas de crear, tan intimo y un claro reflejo de tus sentimientos y personalidad. Gracias por tu tiempo, por tu carácter comunicativo. Con tu sensibilidad y creatividad consigues darnos unos preciosos momentos de serenidad y paz casi inexistentes, llevándonos a episodios vividos pero muy lejanos u olvidados. Un abrazo
Me gusta eso de «rinconcito»! Sí, es como una casita, no? Espero saber mantenerla acogedora y bonita. Gracias por todo tiita. Un beso muy fuerte.
Me encanta la pagina. Este fue mi primer libro. Tengo 51 años y el pediatra se lo dio a mi madre para ver si comía. Y aprendí jaja. Gracias
Hola Fanny! Jajajaja! Yo también tengo 51, veo que somos colegas generacionales, y en mi caso me temo que la pediatra en cuestión de la niña que no comía era mi madre!!! Muchas gracias por tus comentario. Me encanta comprobar que en los lugares más remotos se demuestra que una no está sola ni en algo tan personal y peculiar como eso. Como ves, yo también aprendí! Un abrazo, y muy feliz año nuevo!