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Escrito por el Abr 13, 2019 en liturgia de las horas | 1 comentario| etiquetas: carpe diem, felicidad, fugacidad, lo más importante de la vida, soledad

el futuro es ahora

· el futuro no es dorado ·

 

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Un día almorzando juntos, este año en el que cumple 84 años, mi padre me dice: lo que uno aprende cuando es viejo es que estamos solos. Siempre estamos solos.

Y las cosas que creímos que eran importantes no remedian eso, y no mantienen su importancia con el tiempo.

Mira aquel chalet, que compramos con la ilusión de que sería algo grande. Ahora lo vendemos. Fue importante, pero no era lo importante. Lo importante eran los minutos que pasamos allí haciendo las pequeñas cosas que nos hacen felices, y que podríamos haber hecho en cualquier otro sitio.

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En una buena ecuación lógica, eso nos lleva a que lo importante son las cosas pequeñas.

Que no dependen casi de ninguna de las cosas que nos parecen importantes cuando somos jóvenes.

Al final lo que queda, lo que pones en la fila de las cosas importantes, es una colección de pequeños momentos, de pequeños ahora, vividos intensamente en su condición de felices cosas diminutas.

Las cosas que nos parecían importantes no duran hasta aquí, pierden su peso, se hacen polvo.

Eso es lo que queda.

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Tiene razón.

Yo sé que tiene razón y que a mi manera peculiar, lo he sabido desde que apenas sabía hablar. Es quizá una de las características de mi personalidad. Que siempre he sabido eso.

Sólo esos discretos momentos felices del tiempo ordinario se quedan y nos mantienen erguidos en el tiempo.

La satisfacción de los grandes proyectos de otro tiempo no nos proporciona después el asidero seguro y amable que prometía.

Sin embargo, contra lo que predecía la leyenda de promesas del futuro, ese otro collar de momentos pequeños vividos con intensa consciencia de felicidad resulta que sí que puede hacerlo.

Venimos solos y estamos solos todo el tiempo, aunque la mayor parte de nuestra vida pensemos que no es así, y después nos morimos a solas. Toda la vida es un asunto solitario, es un ejercicio de soledad y en soledad.

Y de alguna manera hacerse mayor es darse cuenta de eso.

Aunque podemos buscar y encontrar y merecer buena compañía para muchas partes del camino.

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Y sobre todo, podemos aprender cuanto antes que esa plataforma sobre la que puedes apoyar los pies con confianza para que te quite el miedo del vértigo infinito, no está hecha con costoso mármol de Carrara, sino con adobe y paja de los que se encuentran en cualquier esquina.

No hay futuro.

Nunca «tendrás» más de lo que tienes ahora.

El emperador siempre está desnudo.

Cuando el futuro llega, lo que te dice es: aquí lo único que te espera son aquellos pequeños, insignificantes instantes que llevas viviendo desde que tienes recuerdos.

Siempre he sabido, y me gusta hacerme ese guiño cada día, que no hay que perder el tiempo esperando con ansiedad que lleguen letras mayúsculas y capitulares a poner belleza en nuestra vida.

La felicidad duradera ya está aqui, entre nosotros.

Contigo y conmigo.

Escribiendo su historia con letras minúsculas.

Conmovedoras, pequeñas, casi invisibles letras minúsculas, sobre la piel de pergamino de nuestro corazón.

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Feliz semana a todos.

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1 comentario

  1. El temps és on estem.

    Anne Dufourmantelle

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